El rock es histórico, tiene un momento y un lugar: no es igual componer una balada luminosa en un monoblock de Bagdad en el año 1993, que escribir un tema dark-industrial en una playita del Caribe bajo el sol del mediodía; no es lo mismo desayunar escuchando un pirata low-fi de Pantera a todo volumen que clavarse unos demos jazzeros a capella de Sting antes de salir de joda. En otros términos: hacerse cargo del momento y del lugar en el que se está tal vez sea parte de la experiencia del rock.
Mas no parece ser el caso de Compro Metidos, el solemne e hiperpolitizado sexteto oriundo de Nueva Escocia, provincia de Entre Ríos, que lleva al extremo la idea de ser "ciudadanos del mundo", y se involucra en tanta causa noble como le sea posible. Su público es el universo entero, y por tanto no quieren que sus canciones dejen de lado ninguno de los temas importantes: los refugiados en Kuala Lumpur, los secuestrados en Colombia, los caídos por el "gatillo fácil" en Namibia, los inundados de Pakistán, las víctimas del tsunami de Sumatra, los leprosos de Rosario, los atacados por leones en Tanzania, los trabajadores no religiosos en el Vaticano, los discriminados en el free-shop del aeropuerto de Salzburgo.
Cada rincón del planeta donde alguien sufre una injusticia, es foco para la obra de ComproMetidos. Y, hay que decirlo, por momentos el resultado suena forzado y la actitud se impone a la música. Eso ocurrió cuando a último momento no tocaron en el Festival Ybueh porque eligieron encadenarse en la puerta de la Embajada de Eslovenia en repudio a la polémica censura al blog opositor www.slovlog.sl. O cuando, a través de un comunicado, se opusieron a que sus canciones fueran pasadas por FM Kabul por considerar que el nombre de la radio "toma para la joda el buen nombre la capital de Afganistán".
Tal vez fundamentalistas, tal vez idealistas, tal vez cultores de la sobreactuación, tal vez simplemente imbéciles; en cualquier caso, los ComproMetidos han construido una carrera sólida a través de su presencia sostenida en cuanto concierto benéfico ofrezca la cartelera. Y allí está la paradoja del compromiso absoluto: ellos tocan con la misma convicción en una fábrica recuperada y gestionada por los obreros, que en un country cuyos propietarios reclaman un nuevo sistema de calefacción para el club house o la cancha de golf.
* Cualquier parecido con la realidad, es responsabilidad de los hackers que sabotean, a diario, la redacción de este diario.
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