Sabrían poco, pero tuvieron claro que su amor estaba por encima de todo.
Creímos en nosotros mismos a
través del otro. Cuando alguien tiene esa confianza en ti, eso te
aguanta toda la vida. Todavía hoy, cuando tengo un momento bajo, busco
esos instantes en el recuerdo y obtengo fortaleza. Uno puede recurrir a
la memoria para fortalecerse.
¿Vive tanto en su cabeza como en la realidad?
Vivo en el pasado y en el
presente. En mi cabeza y en la calle. A veces mirar atrás es doloroso.
He perdido a tanta gente: a mi marido, a Robert, a Sam, a mis padres, a
mi perro, a mi hermano… Pero otras veces una fotografía o un libro te
permiten traerlos hasta el presente y te devuelven a esa persona un
momento. La imaginación sirve para viajar hacia lo desconocido o hacia
lo conocido. Tiene esa fuerza. Haríamos mal en no aprovechar ese
potencial.
Conoció a Mapplethorpe cuando se mudó a Nueva York con 19 años.
Trabajaba en una fábrica de
bicicletas que cerró. Buscaba trabajo. Llegué con lo puesto, pero había
restaurantes, sabía que encontraría algo. Encontré un puesto en una
librería, pero tuve que dormir una semana en la calle porque no tenía el
depósito para alquilar una habitación. A mí la escasez no me asusta.
Crecí habituada a ella.
¿Pasó hambre de niña?
Aprendí lo que era el hambre
y a no hundirme con eso porque algún día la comida volvía a casa.
Lidiar con las dificultades no ha sido para mí algo tan complicado como
puede serlo para otra persona. Yo sabía resistir. Además, era romántica.
Asociaba ser artista al sacrificio. Piense en Van Gogh. Tenía esa idea:
tenía que estar dispuesta a una vida de sacrificio si quería ser
artista.
¿Sentía que pasando hambre daba el primer paso?
Era ingenua, pero aceptar el
sacrificio te fortalece. Robert venía de una familia de clase media y
para él pasar hambre era insoportable.
Habla de sí misma
como de “una chica mala que trataba de ser buena”. Y de Mapplethorpe
como de “un chico bueno que trataba de parecer malo”.
Yo era pícara. Tuve que
espabilar y aprender a robar un poco, nada serio: coger comida y correr.
A Robert eso no le cabía en la cabeza. Era listo, aplicado…, la
esperanza de su familia. Pero él quería ser otra cosa. Por eso quería
ser malo, para alejarse de lo que se esperaba de él.
¿Por qué ser bueno tiene mala reputación en el arte?
Mitificamos aspectos
malditos de la creación. Yo tuve una fuerte educación bíblica. Aprendí
que ser buena tenía que ver con tu capacidad para sacrificarte a favor
de una causa mayor. Pero también entendí que nunca sería una santa.
¿Sus padres eran testigos de Jehová?
Mi madre. Mi padre no era religioso, pero leía la Biblia. Creía que era gran literatura y me lo transmitió.
Con 19 años tuvo un hijo y lo dio en adopción. ¿Ha vuelto a verlo?
¿Puedo contestar en privado?
Claro, pero lo pregunto porque habla de ese episodio en sus memorias asegurando que no pasa un día sin pensar en él.
Logré contactar con él. Dijo que quería ser parte de nuestra familia pero de manera privada. ¿Contesta eso a su pregunta?
Tengo otra: ¿prefiere que no mencionemos este tema?
Haga con esta información lo que crea que puede ser más útil para todos.
Entre sus modelos siempre cita a Jo, la hermana escritora de Mujercitas, y a Jim Morrison, el cantante de The Doors. ¡Menuda combinación!
Morrison relacionó poesía y rock and roll,
pero el que realmente me indicó un camino fue Dylan, simplemente porque
lo probó todo. Me parecía como Picasso: nunca ha dejado de cambiar.
Cuando alguien que cambia es tu modelo, el mensaje es: debes buscar tu
camino de distintas maneras.
¿Por eso se quedó en blanco al cantar A Hard Rain’s A-Gonna Fall cuando recogió el Nobel en su nombre?
Fue humillante. La orquesta
estaba tocando, los reyes mirándome, la cámara enfocándome, y sentí el
horror. Nunca me había intimidado subir a un escenario. Pero lo
extraordinario sucedió después: recibí una avalancha de mensajes. El
fallo humanizó mi actuación. Los momentos que explican nuestra humanidad
son los que nos llegan. Aprendí una lección: la gente perdona un error
en público si eres honesto y cuentas lo que te está pasando.
Relaciona el arte con el atrevimiento.
Burroughs lo decía: “Un artista ve lo que otros no ven”. Robert quería hacer algo que nadie hubiera hecho.
¿Y usted?
Para mí no se trata de
conseguir lo nunca visto. Creo que el arte te acerca a lo que la gente
llama Dios. Como artista busco revelaciones. Para mí el arte es un viaje
de descubrimiento.
Prefiere a los artistas que transforman su tiempo a los que lo reflejan.
Yo quiero que el arte me
lleve más allá del mundo en el que estoy. No leo mucha no ficción a
menos que esté estudiando algo porque solo la ficción tiene un lugar
para la improvisación y lo inesperado. Me sucede igual con la música.
Prefiero escuchar a Coltrane y que cada vez sea distinto. Me gusta más
lo que se redefine continuamente que lo que permanece inalterable.
¿Qué ha transformado usted como artista?
Tengo una banda y soy mujer.
Pasé de escribir poesía a cantarla sobre un escenario convirtiéndola en
rock. Las únicas normas que tengo son las del decoro. Cuando escribí Éramos unos niños
decidí hacer un libro responsable. Todo lo que sale es cierto. No solo
lo que hizo Robert [Mapplethorpe] o la naturaleza de nuestra relación.
También cualquier dato sobre las librerías o sobre el precio de un
perrito caliente. No es un trabajo de fantasía: todo ocurrió. Pero más
allá de ese libro, que Robert me pidió, soy fiel a mi búsqueda, no a los
hechos.
¿El Chelsea Hotel fue su universidad?
No terminé mis estudios,
pero allí tenía al profesor William Burroughs o al profesor Allen
Ginsberg, las grandes mentes de un momento, en la habitación de al lado.
De niña era una gran lectora. ¿Por qué no estudió en la universidad?
Empecé en una, pero tenía
que trabajar en la fábrica. No era suficientemente buena como para
conseguir una beca. No conseguía esforzarme por lo que no me gustaba. Mi
madre trabajaba todo el día de camarera y mi padre era obrero. Pero no
tenían prejuicios. Eso los hacía creíbles. Crecí en un ambiente de
carencias materiales pero no mentales. Discutían todo el rato. Muchas
veces por dinero. Pero permanecieron siempre juntos no porque tuvieran
hijos, sino porque se reían juntos.
¿Se aprende algo de la escasez?
Es un romanticismo y una
realidad. Hoy por hoy yo no necesito mucho. El otro día estaba con mi
hija y me pidieron que firmara un libro. Iba con una camisa a rayas
igual que la de la foto del libro que era de 1972. Mi hija dijo: “Mira,
eres la misma persona”.
¿Lo es?
Creo en la evolución, pero veo que mis excentricidades siguen siendo las mismas.
¿Todavía se viste en tiendas de segunda mano?
Compro muy poco. Me duran
las camisas que compré hace 30 años y una amiga me hace las chaquetas.
En general llevo ropa de hombre.
Cuando Mapplethorpe era su novio, usted llevaba corbata y él pantalones de lamé.
A él sí le gustaba
acicalarse. Para mí la ropa de hombre es más ligera. Suele ser más
cómoda y te permite moverte. Lo mínimo que pido de la ropa es que no me
oprima.
Incluso si vivió rodeada de las drogas de sus amigos, ha descrito el café como su única adicción.
Nunca he tenido adicciones
porque crecí con una madre que fumaba dos paquetes al día y cuando no
tenía dinero para tabaco la veía llorar de ansiedad. Decidí que no
quería depender de algo que, en su ausencia, me hiciera sentir así.
Además, fui una niña enfermiza. Tuve tuberculosis y mi madre tuvo que
luchar para mantenerme con vida. ¡No iba a ir a Nueva York a tirar todo
ese esfuerzo a la basura! Luego vi cómo se morían amigos. Janis Joplin
tenía pocos años más que yo y murió de sobredosis. Puede que fuera
romántica con el tema del hambre para convertirme en artista, pero nunca
lo fui con la muerte temprana. Soy una superviviente. Tengo 73 años y
espero vivir hasta los 93.
Puede que sí mitifique el café: le dio dinero a un camarero para que abriera su propio local.
Y casi abrí uno yo. Lo quería llamar Café Nerval: un sitio pequeño que solo sirviera café, pan y aceite de oliva.
¡Un negocio redondo!
El amor por el café me viene
de la infancia. Mis padres lo tomaban nada más levantarse y a nosotros
no nos daban. Eso me fascinaba.
Nerval escribió en Aurelia: “Los sueños son una segunda vida”. ¿Sus últimos libros son eso?
Soy una soñadora diurna. A
veces pienso en un estudio en Nueva York que me encanta. No puedo
pagarlo, pero imagino que una anciana me lo ofrece porque ella ya no lo
necesita. Lo paso bien imaginando. Lo dijo Stevenson: somos dos: uno
camina en el mundo, y el otro, en sueños.
En sus libros cuenta todo tipo de problemas, pero no los de su familia. ¿No tenían?
Claro. Mi marido murió
cuando mis hijos tenían 6 y 12 años. Sabemos mucho de pérdidas, pero ni
por un segundo olvido lo que la gente está sufriendo en el mundo. Cuando
era joven solo quería ser artista. No tenía anhelo de fundar una
familia y tener hijos. Pero lo hice e inauguré un sendero que terminó
por salvarme la vida. Proteger su infancia hizo que mi empatía se
expandiera.
Para hablar de
racismo describió a Billie Holiday con su gardenia, su chihuahua y su
vestido arrugado por tener que dormir en un banco cuando no la
admitieron en un hotel.
No soy una activista como Greta Thunberg o como mi hija, pero trato de utilizar mi voz.
Ha escrito que supo quién era Pessoa no por lo que escribió sino por lo que leyó.
Al final eres lo que guardas. Y en su biblioteca Pessoa tenía a Blake, a Baudelaire y novelas policiacas.
¿Qué debe tener un escritor para quedarse en la suya?
Un idioma. Rimbaud está
conmigo desde que tengo 19 años. También Nerval. Son guías. No he
necesitado entender todo lo que decían. La clave es que te llegue algo.
La poesía está escrita en un código secreto que a veces cuesta entender.
¿Qué piensa de la Nobel Louise Glück?
Tengo que ser honesta y decir que no estaba en mi radar. Pero la leeré.
¿Siempre se ha sentido libre?
Sí. En la pandemia lo he
pensado: no he dejado de sentirme libre pese a estar encerrada. Creo que
es un privilegio, una conquista mental que uno logra cuando dedica su
vida a no molestar y a hacer algo que le permite crecer como persona.
¿Dónde deja su enfado?
En el escenario, cuando doy
la patada. No soy vengativa. Me he equivocado y me han perdonado. Trato
de hacer lo mismo. No pido perdón por ser como soy y cuando me enfado
con Trump o con dictadores de otros países salgo a la calle y protesto. —eps
Comentarios