Black Francis considera que es mejor no tomarse muy en serio a Pixies La banda que admiraba Kurt Cobain publica un nuevo disco, “The Night the Zombies Came” y su líder dice que es vulgar “hablar sobre nosotros mismos, si somos importantes o lo que sea, solo porque sí” Por Maria Sherman Muertos vivos, restaurantes suburbanos con temática medieval, un centro comercial. Druidismo, pollos decapitados, renacimiento. Iglesia, matanza de ovejas, ciencia ficción. Estos son algunos, no todos, de los temas tratados en el décimo álbum de estudio de Pixies, The Night the Zombies Came. Una colección caleidoscópica de 13 canciones —su primer álbum con la nueva bajista Emma Richardson— que oscila entre el folk, el punk, la psicodelia y de vuelta, sin encajar nunca en una fórmula particular. En realidad, The Night the Zombies Came se desarrolla como una película: cada canción es una pequeña viñeta. El líder y artista visual Black Francis, nacido Charles Thompson, dice que eso se manifiesta espec...
La Hermandad
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Lleva más de veinticinco años arriba de los escenarios. Once discos grabados. Durante los '90, lideró dos bandas emblemáticas de la historia del rock nacional: Los Visitantes y Don Cornelio y La Zona. Después, como solista editó A través de los sueños y Antojo. Pero ninguno de estos lanzamientos tuvo la suerte que él esperaba. Accidentes, los consideró (ver video 5). Y sin vacilar, volvió a intentar con La Fuerza Suave y con El Cuarteto Garpa Mal. Y ahora, nuevamente, con El Ritual, grupo que lo tiene absolutamente eufórico y alucinado, según cuenta.
"Me llama la atención la calidad de los músicos y el hecho de que dos sean correntinos. Es una banda fusión interprovincial de estéticas diversas", explica Roberto "Palo" Pandolfo. "Con el bajista y guitarrista Gustavo San Martín tocábamos desde hace cuatro años en El Cuarteto Garpa Mal, una banda de repertorio tanguero y rioplatense. Yo le estoy pidiendo que toque conmigo desde hace tiempo y este año accedió, no sé bien por qué. En un viaje a Cuba me encontré con Teresa Parodi y todos sus músicos, así conocí al baterista y percusionista Raúl Gutta. Y después, sumé a Sergio, el hijo de Carozo Guitiérrez, un virtuoso de sólo de 22 años", continúa, sintetizando el origen de su nueva formación con la que se encuentra terminando de grabar su próximo disco.
"Estamos en pleno momento de edición de bases. La semana que viene seguiremos con los teclados y guitarras eléctricas. La próxima, continuaremos con las voces. El disco es muy cálido. Está lleno de diferentes abordajes de rítmicas argentinas y latinoamericanas. Tiene temas de percusión, bajo y guitarra. Estoy en un momento muy fuerte, desplazando las baterías. Tenemos cuartetazos, chacareras, bossa, carnavalitos y milongas, híbridos que van saliendo, tango, candombe, valsecitos, pop rock, reggaetón electroacústico", describe. Las letras mantienen una misma línea: todas giran entorno al amor.
Semanas atrás, Pandolfo fue ternado a los premios Cóndor de Plata por la banda de sonido de la película Nacido y criado, dirigida por Pablo Trapero. El galardón, finalmente, se lo llevó Rodolfo Mederos por El último bandoneón, pero nadie le quita el orgullo que significó la nominación: "Me encantó el reconocimiento, porque es mi primera incursión formal en el mundo del cine. Había hecho música para cortos y obras de teatro, pero nunca había trabajado con el director escena por escena, desmenuzando las emociones. Hicimos un trabajo bastante a conciencia".
Una hora y media de charla con Palo Pandolfo
en un coqueto hotel boutique del barrio de Palermo que derivan en una
desgrabación con el triple de texto necesario, y la tristeza de tener
que mutilar partes hermosas de la conversación: los problemas lindos a
los que, a veces, se enfrenta un periodista. La excusa para juntarse es
la reciente salida de Esto es un abrazo, disco producido por el ex Karamelo Santo Goy Ogalde y por Charlie Desidney,
que permite el reencuentro con el Palo más rockero (presentando nueva
banda: La Hermandad), ese al que algunos extrañaban tras el sonido
acústico y folklórico de Ritual criollo (08). Pero
la idea original del diálogo derivó en otras cuestiones más que
interesantes, desde la movida de cantautores englobados en lo que él
llama La Nueva Vanguardia hasta su negativa por reunir tanto a Don
Cornelio y La Zona como a Los Visitantes, pasando por su opinión sobre
las drogas y la actualidad política argentina. Con ustedes, el hoy de un
artista integral: Roberto Palo Pandolfo. Pasen y lean.
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ENTREVISTA> ¿Cómo fue la evolución del cantor rioplatense de Ritual criollo al rockero psicodélico de Esto es un abrazo? Palo Pandolfo: Hubo un descubrimiento hacia el final de Ritual criollo.
“Oficio de cantor”, el tema que abre ese disco, fue el último que
compuse en esa época. Estábamos en una situación de sobremesa en el
living de mi casa con mis hijas y mi mujer. En esa época grababa en una
casetera común con una entrada plug y mi micrófono Shure. Y con la
familia ahí me dije “Voy a ver si me sale algo”. Afiné la guitarra, puse
play y rec, y compuse “Oficio de cantor” en una sola toma. Y al rato,
cuando lo escuché, me dio un shock emocional, ya que lo que dice la
letra es algo tan profundo que hubiera preferido no decir. Es un tema
importante y está puesto en lo que llamo La Nueva Vanguardia. Gente que
leyó, vio películas, busca la originalidad y la diferencia, tiene ritmos
criollos y ancestrales. Tipos como Tomi Lebrero, Lisandro Aristimuño, Pablo Dacal, Lucio Mantel, Onda Vaga. Con esa premisa de composición realicé Esto es un abrazo.
Se nota que es un disco teñido de amistades: está Leo García, está Boom Boom Kid… Con
Boom Boom Kid tocamos juntos en el Auditorio Oeste. Nekro me rinde
pleitesía. Y, artísticamente, es un número uno. La primera vez que lo vi
en vivo fue cuando tocamos juntos: una de las cosas que me reprocho es
no haber visto a Fun People. Cuando lo vi me dije “este pibe es
inhumano”. Es parecido a un hada de cómic japonés. Y lo que hizo fue
divino. Llegó un día antes que yo al estudio y se puso a escuchar el
disco. Entre el Goy y él decidieron que iban a cantar en “La rebelde” y
se me amotinaron. Empezó a grabar y cuando llegó al puente de la canción
sacó ese aullido infernal que hizo que reformuláramos todo el tema, ya
que hasta ese momento era algo más cool.
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“En el siglo XXI la pasión quedó demodé. Esto es un abrazo es una respuesta a eso.”
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¿Cómo te ves en función de esa Nueva Vanguardia de la que hablabas antes? Me
siento muy halagado por el lugar de referente en el que me ponen. Ahora
bien, mi automatismo compositivo y mi fluir sin filtro me generaron
estas nuevas canciones. Es raro lo que voy a decir y lo estoy pensando
en voz alta. Uno critica a esos artistas que siguen una fórmula y yo, de
alguna manera, estoy repitiendo una fórmula, que es la de quebrar la
fórmula. Si hubiera sido un poco más conservador tendría que haber dicho
“Qué bien me fue con Ritual criollo, tengo que hacer un Ritual criollo 2;
La Nueva Vanguardia es cada vez más popular, Aristimuño hace un Gran
Rex”. Y me salió esto. Pero si vamos al hueso quizás es lo que se
esperaba de mí. Si hay algo en donde me le planto a La Nueva Vanguardia
es que son un poco desapasionados y que les falta un poco de rock &
roll. Pero eso también lo veo en ciertas expresiones internacionales. En
el siglo XXI la pasión quedó demodé. Esto es un abrazo es una respuesta
a eso. Sin querer llegué a rebatir algo y a patear el tablero. Y es
importante el “sin querer”: no es que dije “Ahora van a ver”. El único
momento en el que dije “Ahora van a ver” fue con Patria o muerte (88) de Don Cornelio: “¿Quieren rock? Ahora van a ver” (risas).
¿Qué
sentís ante el pedido de los fans para que vuelvan Don Cornelio y/o Los
Visitantes, teniendo en cuenta que más allá de una reunión informal de
Don Cornelio siempre negaste ambas posibilidades? Lo peor es
que cargo con dos fantasmas. Porque hay gente que quiere que vuelvan
Los Visitantes y no Don Cornelio. Estéticamente, para la cultura rock,
Don Cornelio tiene un peso tremendo. Hay muchos que consideran a Patria o muerte
entre los cinco mejores discos de la historia del rock argentino. Y en
ambos casos no deja de ser un mimo. Como soy bastante reactivo de los
noventa, cerré la puerta para Los Visitantes. Lo de Don Cornelio me
preocupa más, porque a mí también me gusta. Y la banda está intacta. Nos
juntamos y es un infierno. Daniel Gorostegui es quien más insiste con
la vuelta, o sea que el germen está dentro del grupo. No quiero volver,
no es mi deseo. Me divierte, me gustaría ganar guita y me encanta tocar
con Don Cornelio. Pero no quiero tener que salir a defender una vuelta
ante la prensa ni quiero volver de manera profesional. Quisiera volver
como esa vez: hicimos un ensayo, tocamos seis temas y nos cagamos de
risa. Confío más en mi nueva banda y en un nuevo hecho alquímico, porque
volver significaría un retroceso para todo lo que hice después. Porque
uno no vive en Don Cornelio sino que vive en esa ruta transcurrida. Pero
me gusta dejar esa ambigüedad y esa contradicción plasmada.
¿Por qué decís que sos bastante reactivo a la década del noventa? Básicamente,
soy reactivo a los noventa por la cocaína. En la primera mitad de los
noventa todo era cocaína, sal de anfetas, había que estar del orto y
tomar bebida blanca para más o menos aguantar algo. La construcción
afectiva y el aislamiento emocional que produce la cocaína es lo que
hace mal. Enrique Symns, el gran cocainómano argentino, íntimo amigo
mío, dice que el principal efecto de la cocaína es bloquear la angustia.
Desde ese bloqueo uno se larga a vivir, digamos. Pero la angustia es lo
que te hace sentir emociones. Es como moverse sin miedo: el miedo es
algo constitutivo, el miedo te defiende porque te da instinto. La merca
te anula todas esas cosas, te anestesia. Y las construcciones afectivas,
artísticas, profesionales y de vida empiezan a estar anestesiadas.
Empezás a construir relaciones que son falsas. Y las que son de verdad
se contaminan de falsedad.
Muchos de tus contemporáneos asocian a la cocaína más con los ochenta que con los noventa… Comencé
con Don Cornelio en 1987, y creo que hasta el ’88 la cocaína todavía
estaba bien vista. En el ’89 el dark muere, termina el post punk, vienen
los noventa y el acabose. El tema es que en los noventa, con Duhalde y
Menem, la cocaína comienza a ser masiva y obligatoria, es “lo que había
que hacer”. No fue como en los ochenta, que era una alternativa
diferente a tomarse un ácido o fumarse un faso: ahí era una opción.
¿Y cómo tomaste la decisión de alejarte de la ciudad hacia el oeste del conurbano? Eso
fue en 1994, y estamos hablando de ese mismo momento en que decido
ponerle ojo crítico a esa década. Hubo disparadores. Teníamos la sala de
ensayo con Los Visitantes en una casa en la calle Alberdi. A veinte
metros de ahí había una vinoteca que se llamaba La vinoteca del solitario.
Nos hicimos tan amigos del dueño que figura en los agradecimientos del
primer disco de Los Visitantes. Cuando se lo mostré, se prendió fuego y
dijimos “¡Vamos a hacer un recital en la puerta!”. E hicimos un recital
en la Avenida Alberdi un viernes a las siete de la tarde. Compramos un
par de cajas de vino y convencimos a los de la comisaría 41 de que
pusieran un patrullero, cortamos el tránsito, el Club Alvear de Floresta
nos puso el escenario, otros comercios pusieron plata para el sonido,
el tipo de la vinoteca puso a una rubia en una mesa con degustaciones de
vino espumante gratis… ¡Todo eso en la puerta de mi casa! Cuando
terminó el show, la puerta se abrió, y en el pasillo era un fluir
delirante in and out. Entonces después de eso hubo
consecuencias. A las tres de la mañana la gente tocaba el timbre de
casa, había un quilombo constante. Un día me tomé el tren, vi una
inmobiliaria, me mostraron un chalet y lo alquilé esa misma tarde. En
ese momento estaba muy bandeado y era muy autodestructivo. Tenía un
amiguito punk, fan de Don Cornelio, con el que una vez nos tomamos un
litro de Cubana Sello Rojo y con un cuchillo enorme de mi viejo nos
hicimos hermanos de sangre: nos cortamos la mano y nos la dimos en pleno
borbotón. Y salimos. Me puse el cuchillo en la cintura: fue la primera y
la última vez que salí armado a la calle. Fuimos a Medio Mundo Varieté a
buscar. No encontramos, volvimos y vomité. Y como venía zigzagueando
por la calle, me paró la policía. Me palparon y sacaron ese cuchillo
gigante. Caí preso, con la mano cortada. Por eso, irme fue un acto de
salud total. No me daba cuenta, pero en estos dos fenómenos que te
conté, el viejo sueño hippie de irse a vivir al sur o a El Bolsón se
transformó en una casa con fondo en la provincia, con un paso fuera de
la locura. Hay una tendencia global de salir de la ciudad: como vengo un
poco más adelantado por mis hormigas en el orto, me fui cuando nadie se
iba y me miraron como a un bicho raro. Veía que me estaba inmolando
para el morbo del público. Todas las bandas comenzaron a hacerse
apologéticas. Divino, genial, pero hay que atravesar eso.
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“Me encanta tocar con Don Cornelio. Pero no quiero tener que salir a defender una vuelta ante la prensa.”
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¿Cuál es tu opinión sobre el clima político actual? El
otro día a la mañana mandé un tweet. Le pedía a Dios que la discusión
política sea en un nivel cordial, constructivo y elevado. Siempre
propongo hablar, por más que unos tengan una posición y otros, otra. No
puede ser que no se pueda hablar.
Vos mismo militaste en el PC en su momento… Pero
milité en el PC en la época de la dictadura, donde militar era otra
cosa. Porque afiliarse a la Federación Juvenil Comunista en el ’81 era
un hecho casi suicida, como fumar porro en esa época. La militancia en
la Fede estuvo muy buena en el sentido de que en ese momento pudimos
hacer pintadas organizadas en la calle y había una cosa de unión y
organización. Pero, por otro lado, me di cuenta de que el PC no me
interesaba como figura internacional. Me preguntaba “¿Por qué me hablan
todo el tiempo de la Unión Soviética? Hablen de Argentina”. En ese
momento no entendía, y después fui entendiendo. Por eso me fui. Y cuando
crecí me dije “Qué bien”, porque el estalinismo soviético es horrible, a
no ser que seas estalinista (risas). Hace mucho que
me defino como un “anarco solidario”. De hecho, Patria o muerte es un
disco anarquista, que se burla de la derecha y de la izquierda, de esa
gilada de matarse los unos a los otros. Cuando tengo que hablar desde mi
rol de “Palo Pandolfo, el artista que vende discos” me pongo en un
discurso totalmente elevado y quiero dar paso a una discusión más
profunda que decir “Me parece que el gobierno tiene aciertos y
desaciertos”. Ya sabemos eso. Creo que hay mucha gente demasiado hostil
sacando cosas de manera violenta que tienen más que ver con cosas
personales que con un verdadero análisis político. Al decir de mi mujer:
“Es gente que no tiene Lado B”. Son todos hits (risas).
Demonizar a Clarín o a Cristina es no ver sus propios demonios
interiores. La política es el arte del diálogo según los griegos, más
allá que fueran unos fascistas que esclavizaban gente y masacraban
pueblos. Por eso, encontrémonos en las diferencias. Pero acá habla el
artista. El pibe de la calle tiene una opinión política muy formada y me
la reservo para mi fuero interno. Y no la hago pública porque no quiero
ser uno más de esa discusión, ya que me harta y me molesta que se estén
sacando los ojos.
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Palo Pandolfo y La Hermandad Esto es un abrazo (S-Music)
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