Tocó con figuras y bandas legendarias del rock argentino, como Soda
Stereo y Charly. Hace música en vivo en TV y está en un impasse en su
otra pasión, la gastronomía.
Su nombre es Fabián Quintiero y le dicen “Zorrito”, apodo que le puso
su colega Daniel Melingo. También le agregan “Von”, por una ocurrencia
de Miguel Zavaleta, líder de Suéter, grupo en el que Fabián Von
Quintiero fue tecladista allá en sus inicios, durante 1984 y 1985. Luego
formó parte de Soda Stereo, de la banda de Charly García –con el que
sigue ligado a nivel afectivo y musical– y Ratones Paraonicos: una parte importante del rock argentino.
El Zorrito es un todoterreno:
más allá de la música, es amante de la cocina, hace televisión y tiene
visión empresarial. Ahora viste un pantalón tela de avión, con las
botamangas por encima de los tobillos, remera, un chaleco de jean, gorro
piluso y unos lentes ahumados de marco grande. Ni bien llega al bar de
Palermo que eligió como punto de encuentro, saluda y pregunta cómo van a
ser las fotos.
Ante la respuesta, pide un minuto y va al baño a
cambiarse. “Ahora sí”, dice, mientras se acomoda el pelo y deja la
mirada perdida.
Nació el 22 de enero de 1966 y es fanático de Boca. Más allá de los
artistas mencionados, en su extenso curriculum figura que tocó y firmó
colaboraciones con muchas otras figuras y bandas, como Andrés Calamaro y
Catupecu Machu. El año pasado fue vital en la celebración de los setenta años de Charly García
y volvió a compartir escenario con Soda Stereo en el marco del
espectáculo Gracias Totales, que se hizo en el Campo Argentino de Polo.
“Empecé a tocar porque iba a Obras a ver a Spinetta Jade, Serú Girán
y Riff y quería estar ahí –recuerda–. Yo soy de una casa de familia
italiana donde no sonaba el rock. Estoy muy orgulloso de mi sangre
italiana, siempre lo digo, pero no me quería quedar en el frasco ese, quería salir de ahí, y el rock me sacó.
Me empezó a dar un prisma de personalidad, vuelo, onda y una ilusión
jodida de alcanzar, porque mi ilusión era tocar con esta gente a la que
iba a escuchar.”
Y agrega: “Para eso fui a aprender piano con
Diego Rapoport (tecladista de Spinetta Jade). A partir de entonces,
empecé a conectarme con el lenguaje de tocar en bandas de rock
argentino. Algo que nada tiene que ver con tocar música clásica ni jazz;
es otro estilo.”
La educación musical
Después de tomar un trago de la
“pomelada” que le dejaron en la barra, consulta si está la pascualina
que le gusta y busca una mesa para sentarse. Reparte algunos saludos y
hace hincapié en su formación. Considera que lo máximo en su educación
fueron las canciones que escuchó desde chico.
“Quizás hoy no haya
tanta gente que le dé una importancia como forma de cultura a la
música, en mi caso sí se la doy. Para mí fue formativo. Escuchar un
disco de Spinetta, Charly, Manal o Pappo era como leer un libro de
Castaneda, Borges o Cortázar. Yo me formé en el rock argentino. Para los
de mi generación fue así, hoy a los pibes tal vez no les pesa
tanto esas obras en su formación. Hoy la música es para entretenerse”.
En otro plano, el televisivo, acompaña a Germán Paoloski en el programa No es tan tarde, que se emite a la medianoche por Telefe. “Mi función es robar minutos a la tele, en pos de la música en vivo.
Esa es mi función de estar ahí. Germán de alguna manera siempre quiere
que haya una banda con él y se lo agradezco, porque podría tener la
cabeza típica de no poner música en vivo en un programa”, dice.
Su participación en la pantalla chica no es de ahora. Trabajó con
Tato Bores y tuvo una banda en la que el baterista servía spaghettis
mientras el humorista cerraba con su ritual: “Vermouth, papas fritas y Good Show”.
“Me
llamó Pettinato, cuando estaba en ATC, y ahí también armé una banda,
después me llamó el Gato Dumas y armé una banda con Black Amaya que se
llamaba Los Cocineros. Haber hecho eso con el Gato fue glorioso y más
para mí que soy gastronómico. Después le propuse hacer un programa de
cocina a MTV y armé Gustock. Hice 50 capítulos.”
Un Zorrito en la cocina
En el rubro gastronómico pisó fuerte
hasta hace muy poco. A su último restaurante, Bruni, lo cerró a mitad
del 2021. “En 25 años de gastronomía, pienso que lo podría haber hecho
mejor. En lo personal cumplí un ciclo, me cansé”.
En
los 90 inauguró el emblemático Soul Café y fue pionero en plantar
bandera en la zona que después terminó popularizada bajo el nombre de
Las Cañitas. Entrenó su olfato empresarial y con el tiempo se animó a fundar algunos lugares más: Eh, Santino, Voodoo Bar, Nina Wok y el ya mencionado Bruni.
“Cuando
abrís uno y tenes éxito, enseguida te agarra el síndrome de querer
abrir otro. En muchos me fue bien y en otros, no. Me afectó el formato
pyme, la complejidad que tiene. Me cansé totalmente del loquero que es y
de lo que propone el Estado, el gobierno municipal. La administración
es un bodrio. Me cansó la pyme, no la gastronomía. La
pelea se la daría a ese formato. Me da pena porque es muy necesaria,
genera mucho trabajo. Pero no somos capaces de organizar y los que
tienen poder nunca se sientan a arreglar nada. Se sientan a tomar
champagne, nada más.”
-¿Te cansó la burocracia?
-Exacto. En el día a
día hay un extra de roturas de huevos infernal. El año que viene tengo
que entregar un libro a Planeta en el que voy a contar esta cosa que
tiene una pyme gastronómica. Voy a contar mi experiencia. Se podría
llamar “Dolor de huevo” el libro (ríe). Me costó irme porque el
restaurante era mi parada. A la gente le gustaba venir y compartir
conmigo. Ahora me quedé con la música y la televisión. La música tiene
sus momentos de más shows y después están los meses de parate.
Cerca de la revolución
En
octubre, ante la presencia de un público eufórico, se festejó la obra
de Charly García y su cumpleaños número setenta. La presencia del
Zorrito fue fundamental para llevar a cabo esa celebración. “Se levantó
el telón y Charly ya estaba ahí, no como un invitado que llega a saludar
sino como uno más de la banda y con su estrella encendió el recinto que
quedó pequeño para tanto amor”, fueron las palabras publicadas en Clarín para describir el evento que se hizo en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner.
“Estaba con (Fernando) Samalea. Fuimos los dos. Samalea y yo somos custodios de la obra solista de Charly.
Somos hermanos de eso. Con Sama entro a cualquier cancha y que vengan.
Tenemos historias parecidas. Yo toqué con Soda Stereo y él tocó con
Cerati, tenemos muchas colaboraciones con la misma gente. Fue un gran
honor, impensado."
"Nunca me hubiera imaginado que nos iban a dar
esa posibilidad de ser los custodios. Porque en definitiva hicimos eso:
custodiamos el repertorio, las versiones originales, con todos los
invitados. Tengo que reconocer que encaramos el proyecto sin saber que
Charly iba a venir. Tuvimos que pensar en un show con invitados, con lo
difícil que es eso. La gente no está acostumbrada a escuchar temas de
Charly sin Charly.”
Entre las redes y García
La charla se detiene un instante.
“Mira lo que es esto”, dice ni bien le traen la pascualina con la
ensalada que pidió. “Voy a levantarlo”, agrega y solicita un minuto para
hacer una historia en su Instagram. Ensaya lo que va a decir. Se
prepara, se estira la remera, quiere lucir las cadenas que cuelgan de su
cuello. En una tiene una guitarra y en otra la simbólica lengua de los
Rolling Stones. Prueba una, dos, tres veces, hasta que le gusta.
“Trabajamos
con mucha alegría e ilusión. La última semana Charly se entusiasmó con
que iba a venir y tuvimos la idea de hacer la juntada con la banda de Piano Bar. Fue muy lindo que vinieran Fito, Alfredo Toth y Pablo Guyot. Cuando apareció Charly, no quedó nada. No sé cómo hicimos para seguir tocando después de que subió él."
"Fue hermoso, agradable y festejado por la gente.
Y esto hay que decirlo: sin la audiencia nada de esto existiría. La
canción no termina en la mezcla, sino cuando la gente la empieza a
escuchar y la canta. La masterización de una canción es que la gente la
escuche, te vaya a ver y la cante. Nosotros hicimos streaming y
realmente ahí quedó clarito lo que significa la gente. Hay que tenerle
respeto y admiración a la gente que te va a ver, y darle todo. Un show
en vivo sin eso no funciona.”
-Viviste muchas experiencias con Charly y Samalea, ¿no?
-Con
Charly y Samalea me iba en un auto a Pinamar sin contrato, sin nada. Me
bajaba en los lugares y les decía: ¿Querés que toque Charly hoy?
Arreglábamos una guita y tocábamos. Unas aventuras increíbles. Hicimos
de todo. Hay que contarlo en un libro. Siempre fuimos de salir, no de
escondernos. Samalea, Charly y yo, salíamos de lunes a lunes. Íbamos a
bares, a tocar, a comer. Charly era tan conocido que terminábamos
comiendo con Antonio Gasalla, Enrique Pinti y otros artistas. Todo ese
espíritu salidor provocó cosas como que Charly quisiera grabar el himno
nacional. Una noche nos fuimos al Open Plaza y nos quedamos. Al otro día
desayunamos, era 25 de mayo y había un piano. Charly se puso a tocar el
himno y de ahí fue al estudio.
Al recordar algunas anécdotas
antiguas, se le viene a la cabeza su edad de ese momento. “Me da
impresión pensar que tenía 22 años”. El sueño de estar ahí se le cumplió
rápido. A los 20 años acompañó por primera vez a Charly García a Nueva York.
“La
primera noche tuve que dormir en el piso con él, porque había hecho mal
la reserva en el hotel. Joe Blaney, que era el que grababa los discos,
le ofreció un departamento en Soho. Nos quedamos tranquilos y fuimos a
delirar todo el día por Nueva York. Una cosa increíble. Charly me mostró
todo lo que hacía cuando iba allá: fuimos a comer, a comprar a discos”,
cuenta.
“Caminábamos por La Quinta Avenida y los latinos lo saludaban. ‘Mire,
Charly García’, decían. A la noche fuimos a cenar a un restaurante ruso
con Blaney, después Charly se compró una botella de sake y llegamos al
Soho. Cuando Blaney abrió la puerta, en el departamento no había nada.
Lo usaba su mujer para enseñar yoga. Había una sola colchoneta y se la
agarró Charly. Quedé pintado.”
El Zorrito hace rato que escaló la barrera de los cincuenta, pero mantiene la misma ilusión que cuando tenía veinte años. Su norte está claro y no se arrepiente de haber elegido para el lado de las canciones de rock.
“Esto
es camiseta, camiseta y camiseta”. Y sin perder de vista la cocina,
reconoce que va a volver a esa otra pasión. “Seguramente, cuando sea un
poquito más grande y no me den la chance de tocar mucho, cocinaré. Cocinar va a ser como meditar para mí,
yo lo sé. Obviamente tengo que encontrar mi formato de lugar. En vez de
ser un jubilado, voy a cocinar. No me gusta la palabra jubilado. Me
gusta más jubileo”, dice, y se despide sonriente.
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