A 23 años de la muerte de Joey: por qué Ramone y otras curiosidades del rey del punk

Su traumática infancia. El bullying en la escuela. Su precaria salud. La redención a través del rock y el por qué de su nombre. La idolatría en Argentina y los 20 años sin hablar con el guitarrista Johnny Ramone. Jeffrey Ross Hyman, conocido como Joey Ramone, nació el 19 de mayo de 1951 en el seno de una familia judía de Forest Hills, Queens, Nueva York, hace hoy 73 años. Un dato que pocos conocen, es que al nacer, tenía un teratoma adosado a la columna vertebral, por unfeto de un gemelo que no había terminado de desarrollarse. Se lo removieron con una cirugía. Pero nunca dejó de tener problemas físicos y psicológicos por aquel tumor extraño. Los seguidores de Ramones -banda pionera de punk rock que Joey integró entre 1974 y 1996 Jeffrey era un muchacho introvertido y solitario, de 1 metro 98, flaco y desgarbado, ojos miopes saltones, anteojos de muchísimas dioptrías y dentadura asimétrica. La futura estrella estudió en el Forest Hills High School, donde sufria bullying. Sus padres se

Zorrito Von Quintiero

 

Personaje

Zorrito Von Quintiero: “Soy un custodio de la obra solista de Charly”

Tocó con figuras y bandas legendarias del rock argentino, como Soda Stereo y Charly. Hace música en vivo en TV y está en un impasse en su otra pasión, la gastronomía.



Su nombre es Fabián Quintiero y le dicen “Zorrito”, apodo que le puso su colega Daniel Melingo. También le agregan “Von”, por una ocurrencia de Miguel Zavaleta, líder de Suéter, grupo en el que Fabián Von Quintiero fue tecladista allá en sus inicios, durante 1984 y 1985. Luego formó parte de Soda Stereo, de la banda de Charly García –con el que sigue ligado a nivel afectivo y musical– y Ratones Paraonicos: una parte importante del rock argentino.

El Zorrito es un todoterreno: más allá de la música, es amante de la cocina, hace televisión y tiene visión empresarial. Ahora viste un pantalón tela de avión, con las botamangas por encima de los tobillos, remera, un chaleco de jean, gorro piluso y unos lentes ahumados de marco grande. Ni bien llega al bar de Palermo que eligió como punto de encuentro, saluda y pregunta cómo van a ser las fotos.

Ante la respuesta, pide un minuto y va al baño a cambiarse. “Ahora sí”, dice, mientras se acomoda el pelo y deja la mirada perdida.


 

Nació el 22 de enero de 1966 y es fanático de Boca. Más allá de los artistas mencionados, en su extenso curriculum figura que tocó y firmó colaboraciones con muchas otras figuras y bandas, como Andrés Calamaro y Catupecu Machu. El año pasado fue vital en la celebración de los setenta años de Charly García y volvió a compartir escenario con Soda Stereo en el marco del espectáculo Gracias Totales, que se hizo en el Campo Argentino de Polo.

“Empecé a tocar porque iba a Obras a ver a Spinetta Jade, Serú Girán y Riff y quería estar ahí –recuerda–. Yo soy de una casa de familia italiana donde no sonaba el rock. Estoy muy orgulloso de mi sangre italiana, siempre lo digo, pero no me quería quedar en el frasco ese, quería salir de ahí, y el rock me sacó. Me empezó a dar un prisma de personalidad, vuelo, onda y una ilusión jodida de alcanzar, porque mi ilusión era tocar con esta gente a la que iba a escuchar.”

Y agrega: “Para eso fui a aprender piano con Diego Rapoport (tecladista de Spinetta Jade). A partir de entonces, empecé a conectarme con el lenguaje de tocar en bandas de rock argentino. Algo que nada tiene que ver con tocar música clásica ni jazz; es otro estilo.”

 

La educación musical

Después de tomar un trago de la “pomelada” que le dejaron en la barra, consulta si está la pascualina que le gusta y busca una mesa para sentarse. Reparte algunos saludos y hace hincapié en su formación. Considera que lo máximo en su educación fueron las canciones que escuchó desde chico.

 “Quizás hoy no haya tanta gente que le dé una importancia como forma de cultura a la música, en mi caso sí se la doy. Para mí fue formativo. Escuchar un disco de Spinetta, Charly, Manal o Pappo era como leer un libro de Castaneda, Borges o Cortázar. Yo me formé en el rock argentino. Para los de mi generación fue así, hoy a los pibes tal vez no les pesa tanto esas obras en su formación. Hoy la música es para entretenerse”.

En otro plano, el televisivo, acompaña a Germán Paoloski en el programa No es tan tarde, que se emite a la medianoche por Telefe. “Mi función es robar minutos a la tele, en pos de la música en vivo. Esa es mi función de estar ahí. Germán de alguna manera siempre quiere que haya una banda con él y se lo agradezco, porque podría tener la cabeza típica de no poner música en vivo en un programa”, dice.

Su participación en la pantalla chica no es de ahora. Trabajó con Tato Bores y tuvo una banda en la que el baterista servía spaghettis mientras el humorista cerraba con su ritual: “Vermouth, papas fritas y Good Show”.

“Me llamó Pettinato, cuando estaba en ATC, y ahí también armé una banda, después me llamó el Gato Dumas y armé una banda con Black Amaya que se llamaba Los Cocineros. Haber hecho eso con el Gato fue glorioso y más para mí que soy gastronómico. Después le propuse hacer un programa de cocina a MTV y armé Gustock. Hice 50 capítulos.”

 

Un Zorrito en la cocina

En el rubro gastronómico pisó fuerte hasta hace muy poco. A su último restaurante, Bruni, lo cerró a mitad del 2021. “En 25 años de gastronomía, pienso que lo podría haber hecho mejor. En lo personal cumplí un ciclo, me cansé”.

En los 90 inauguró el emblemático Soul Café y fue pionero en plantar bandera en la zona que después terminó popularizada bajo el nombre de Las Cañitas. Entrenó su olfato empresarial y con el tiempo se animó a fundar algunos lugares más: Eh, Santino, Voodoo Bar, Nina Wok y el ya mencionado Bruni.

“Cuando abrís uno y tenes éxito, enseguida te agarra el síndrome de querer abrir otro. En muchos me fue bien y en otros, no. Me afectó el formato pyme, la complejidad que tiene. Me cansé totalmente del loquero que es y de lo que propone el Estado, el gobierno municipal. La administración es un bodrio. Me cansó la pyme, no la gastronomía. La pelea se la daría a ese formato. Me da pena porque es muy necesaria, genera mucho trabajo. Pero no somos capaces de organizar y los que tienen poder nunca se sientan a arreglar nada. Se sientan a tomar champagne, nada más.”

 

-¿Te cansó la burocracia?

-Exacto. En el día a día hay un extra de roturas de huevos infernal. El año que viene tengo que entregar un libro a Planeta en el que voy a contar esta cosa que tiene una pyme gastronómica. Voy a contar mi experiencia. Se podría llamar “Dolor de huevo” el libro (ríe). Me costó irme porque el restaurante era mi parada. A la gente le gustaba venir y compartir conmigo. Ahora me quedé con la música y la televisión. La música tiene sus momentos de más shows y después están los meses de parate.

Cerca de la revolución

En octubre, ante la presencia de un público eufórico, se festejó la obra de Charly García y su cumpleaños número setenta. La presencia del Zorrito fue fundamental para llevar a cabo esa celebración. “Se levantó el telón y Charly ya estaba ahí, no como un invitado que llega a saludar sino como uno más de la banda y con su estrella encendió el recinto que quedó pequeño para tanto amor”, fueron las palabras publicadas en Clarín para describir el evento que se hizo en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner.

 

“Estaba con (Fernando) Samalea. Fuimos los dos. Samalea y yo somos custodios de la obra solista de Charly. Somos hermanos de eso. Con Sama entro a cualquier cancha y que vengan. Tenemos historias parecidas. Yo toqué con Soda Stereo y él tocó con Cerati, tenemos muchas colaboraciones con la misma gente. Fue un gran honor, impensado."

"Nunca me hubiera imaginado que nos iban a dar esa posibilidad de ser los custodios. Porque en definitiva hicimos eso: custodiamos el repertorio, las versiones originales, con todos los invitados. Tengo que reconocer que encaramos el proyecto sin saber que Charly iba a venir. Tuvimos que pensar en un show con invitados, con lo difícil que es eso. La gente no está acostumbrada a escuchar temas de Charly sin Charly.”

 

Entre las redes y García

La charla se detiene un instante. “Mira lo que es esto”, dice ni bien le traen la pascualina con la ensalada que pidió. “Voy a levantarlo”, agrega y solicita un minuto para hacer una historia en su Instagram. Ensaya lo que va a decir. Se prepara, se estira la remera, quiere lucir las cadenas que cuelgan de su cuello. En una tiene una guitarra y en otra la simbólica lengua de los Rolling Stones. Prueba una, dos, tres veces, hasta que le gusta.

“Trabajamos con mucha alegría e ilusión. La última semana Charly se entusiasmó con que iba a venir y tuvimos la idea de hacer la juntada con la banda de Piano Bar. Fue muy lindo que vinieran Fito, Alfredo Toth y Pablo Guyot. Cuando apareció Charly, no quedó nada. No sé cómo hicimos para seguir tocando después de que subió él."

"Fue hermoso, agradable y festejado por la gente. Y esto hay que decirlo: sin la audiencia nada de esto existiría. La canción no termina en la mezcla, sino cuando la gente la empieza a escuchar y la canta. La masterización de una canción es que la gente la escuche, te vaya a ver y la cante. Nosotros hicimos streaming y realmente ahí quedó clarito lo que significa la gente. Hay que tenerle respeto y admiración a la gente que te va a ver, y darle todo. Un show en vivo sin eso no funciona.”

-Viviste muchas experiencias con Charly y Samalea, ¿no?

-Con Charly y Samalea me iba en un auto a Pinamar sin contrato, sin nada. Me bajaba en los lugares y les decía: ¿Querés que toque Charly hoy? Arreglábamos una guita y tocábamos. Unas aventuras increíbles. Hicimos de todo. Hay que contarlo en un libro. Siempre fuimos de salir, no de escondernos. Samalea, Charly y yo, salíamos de lunes a lunes. Íbamos a bares, a tocar, a comer. Charly era tan conocido que terminábamos comiendo con Antonio Gasalla, Enrique Pinti y otros artistas. Todo ese espíritu salidor provocó cosas como que Charly quisiera grabar el himno nacional. Una noche nos fuimos al Open Plaza y nos quedamos. Al otro día desayunamos, era 25 de mayo y había un piano. Charly se puso a tocar el himno y de ahí fue al estudio.

Al recordar algunas anécdotas antiguas, se le viene a la cabeza su edad de ese momento. “Me da impresión pensar que tenía 22 años”. El sueño de estar ahí se le cumplió rápido. A los 20 años acompañó por primera vez a Charly García a Nueva York.

“La primera noche tuve que dormir en el piso con él, porque había hecho mal la reserva en el hotel. Joe Blaney, que era el que grababa los discos, le ofreció un departamento en Soho. Nos quedamos tranquilos y fuimos a delirar todo el día por Nueva York. Una cosa increíble. Charly me mostró todo lo que hacía cuando iba allá: fuimos a comer, a comprar a discos”, cuenta.

 

 

 

 

“Caminábamos por La Quinta Avenida y los latinos lo saludaban. ‘Mire, Charly García’, decían. A la noche fuimos a cenar a un restaurante ruso con Blaney, después Charly se compró una botella de sake y llegamos al Soho. Cuando Blaney abrió la puerta, en el departamento no había nada. Lo usaba su mujer para enseñar yoga. Había una sola colchoneta y se la agarró Charly. Quedé pintado.”

El Zorrito hace rato que escaló la barrera de los cincuenta, pero mantiene la misma ilusión que cuando tenía veinte años. Su norte está claro y no se arrepiente de haber elegido para el lado de las canciones de rock.

“Esto es camiseta, camiseta y camiseta”. Y sin perder de vista la cocina, reconoce que va a volver a esa otra pasión. “Seguramente, cuando sea un poquito más grande y no me den la chance de tocar mucho, cocinaré. Cocinar va a ser como meditar para mí, yo lo sé. Obviamente tengo que encontrar mi formato de lugar. En vez de ser un jubilado, voy a cocinar. No me gusta la palabra jubilado. Me gusta más jubileo”, dice, y se despide sonriente.

 

 

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