A fines de los 80, los Stone Roses fueron algo así como los abanderados de lo imposible: emergieron entre jóvenes desempleados y anclados en Manchester y transformaron la abulia cotidiana en una rebelión lisérgica. Antes del Personal Fest, el Rey de los monos habló con el NO.
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Por Daniel Jiménez
“Hola. ¿Cómo estás?”, dice Ian Brown en perfecto castellano. Su voz, metalizada por la línea telefónica, suena hermética y un tanto cansada. Es que este señor de cuarenta y tres años, extremadamente flaco y unos cuantos excesos encima, aún se encuentra girando por el planeta y gastando los últimos cartuchos de un tour intermitente y caprichoso que le sirvió para mostrar las canciones de Solarized, su cuarto álbum de estudio de 2004. Hombre de pocas pulgas y con antecedentes revoltosos (ver perfil), Brown sigue siendo un referente indiscutido de las últimas dos década del rock inglés. Y lo sabe.
Si bien su llegada oficial a la música se produciría recién a los veintiséis años como vocalista de los Stone Roses, el Rey de los Monos (sólo mírenlo y sabrán el porqué de su apodo) supo ser la voz cantante de una escena musical parida en Manchester a finales de los ochenta que marcaría un cambio de rumbo y que se conoció como “Madchester”. Aquella movida, que incluyó a bandas como Inspiral Carpets, The Charlatans, Happy Mondays, James y 808 State, tuvo en los Stone Roses a los abanderados de lo imposible. Jóvenes desempleados y anclados lejos de las luces de la sofisticada Londres que transformaron la abulia cotidiana en un salvoconducto cultural y lisérgico que se expandió al resto del mundo.
Brown, junto a John Squire, Gary “Mani” Mounfield y Alan “Reni” Wren, abrazaron la psicodelia beat mixando la crudeza rockera de la guitarra de Squire con el pulso bailable de una base granítica y potente. Pero Stone Roses no había nacido para ser un proyecto duradero. Luego de un par de discos geniales el sueño terminó de la peor manera: insultos, peleas y acusaciones cruzadas entre sus miembros. Aunque Ian hoy reconoce que hace diez años no tiene ningún tipo de contacto con el guitarrista, confiesa que “nos enviamos cajas de chocolates para Navidad”.
Tras la separación en 1996, este coterráneo de los hermanos Gallagher inició una carrera solista que ya cuenta con cinco trabajos, mientras que Squire formó los Seahorses, Mounfield se unió a Primal Scream y Wren desapareció del mapa, hasta que amenazó con un nuevo combo llamado The Rub pero que sólo quedo en una buena intención. Con un Grandes Exitos —¿se habrá interesado en tener alguno?— editado hace poco en la Argentina y sacando a relucir sus pergaminos, el inglés de los huesos se presentará en Buenos Aires el próximo 18 de noviembre en el Personal Fest 06 junto a The Bravery y New Order, con quienes tendrá “el placer de compartir escenario por primera vez luego de haberlos visto siempre del otro lado”.
—Tu familia provenía de la clase trabajadora y vos pasaste tu juventud en una ciudad industrial como Manchester. Supongo que el haber conseguido un primer contrato de grabación con The Stone Roses debe haber significado un cambio profundo en tu vida.
—Fue un cambio para todos. Recuerdo que lo primero que hice después de firmar aquel contrato en 1989 con los Stone Roses fue darle la plata a mi madre. Ella trabajaba en una fábrica de papel en Manchester y un día, andando en bicicleta, la atropellaron. Se quebró un brazo y se lastimó el ojo. Por eso en cuanto tuve el cheque en mis manos lo cambié por efectivo y se lo di a ella para que se pudiera jubilar y dejara de trabajar.
—¿Qué cosas han cambiado en un tu forma de componer en estos años?
—Creo que el haber incursionado en otros instrumentos significó para mí un cambio importante. Aprender a tocar guitarra y luego acercarme a cosas nuevas, como por ejemplo la batería, modificaron mi forma de componer. En cuanto a las letras y a las canciones como un todo conceptual, pienso que si pudiste escribir cosas interesantes en el pasado, también podés hacerlo ahora. Eso es lo que no se debe acabar. Si la creatividad antes funcionó ¿por qué no lo haría ahora? Es algo que está en vos o no.
—Tus fans suelen ser incondicionales con tu música y tus shows son casi rituales. ¿Qué creés que la gente busca hoy en un artista?
—Mirá, trato de que mis shows sean una especie de comunión, donde yo oficio de maestro de ceremonias. Al menos intento que ese rito continúe, porque ya pasaba cuando tocábamos con los Stone Roses. Creo que lo que la gente busca en un artista es una conexión, alguien con quien estar conectado, aunque los gustos hayan cambiado. Años atrás los que iban a un recital querían ver a una estrella de rock, porque en todos existe la sensación de querer involucrarse hasta el punto de ser parte de esa figura que está sobre el escenario.
—¿No es peligroso que el público se sienta una parte del artista?
—Sí, claro que es peligroso. Pero ahora siento que eso ha cambiado y que la gente aprendió a entender al rock star como el tipo que vive en la puerta de al lado de tu casa. Y eso es más saludable.
—¿Qué hace que un show sea perfecto?
—Un show es perfecto cuando la eterna relación entre artista y audiencia funciona y se construye un fuerte puente de comunicación entre ambos que nada puede romper. Tiene que ser como un sueño: todos debemos estar en la misma. Y sé que el público argentino es muy caliente y no veo el momento de estar tocando allá.
—¿Por qué ninguna banda británica pudo lograr el sonido ni el concepto musical que manejaron los Stone Roses?
—Si bien muchos grupos ingleses han logrado una increíble proyección y las grandes propuestas musicales se reproducen todos los días, creo que el secreto de Stone Roses estaba en el beat. Allí es donde nos diferenciábamos de los demás. Pero eso no fue algo fortuito. Nosotros estuvimos tocando y ensayando casi cinco años antes de sacar The Stone Roses, nuestro primer disco. Está bien, todos estábamos desempleados, pero esos cinco años hicieron que la banda se consolidara y que estuviera preparada a la perfección, además de haber crecido todos como personas dentro del grupo. Hay que ver hoy qué bandas pueden soportar cinco años de trabajo sin ver un billete esperando el momento justo para salir. Fue mucho esfuerzo.
—¿Por qué creés que la gente sigue hablando de la movida de Manchester?
—Porque fue una escena que definitivamente marcó el curso del rock inglés de la década del ‘90. Si bien no había mucho dinero ni tampoco recursos, nacían bandas de la noche a la mañana y de a poco se convirtió en una escena muy fuerte. Todos amábamos la música y lo expresábamos, por eso tocábamos en cualquier parte: en los sótanos, en las calles, en un garage, en los parques y en los bares. Pero creo que la palabra que hoy sirve para definir la fascinación que todavía se siente por aquellos tiempos es “nostalgia”. Y mirando hacia atrás estoy convencido que no nos dimos cuenta de lo que realmente estábamos gestando, porque aquello fue mucho más grande de lo que pensamos.
—¿Fueron tiempos de excesos o de experimentación?
—Fueron años muy raros... estábamos todos muy locos (risas). Fueron tiempos en donde todos los sueños se hacían realidad y el eje musical del mundo parecía que se había detenido en Manchester. Éramos los locos en el centro del universo, pero no nos dábamos cuenta. Y tenías que tener cuidado de lo que tomabas y de lo que te metías, porque los excesos sobraban. Fueron días muy locos.
—¿La música se convirtió en una vía de escape para esa generación?
—Sí, totalmente. Pensá que Manchester es una ciudad industrial, gris, donde llueve todos los días. Por eso la única forma de escapar de allí era usar la imaginación, no había otra. Y la música fue para aquella generación una vía de escape, porque la juventud no tenía otra alternativa: o ibas a una fábrica o armabas una banda de rock. De todas maneras no creo que hoy la juventud encuentre una salida. Nosotros tuvimos suerte.
—En tu segundo disco, Golden Greats, incluiste una canción compuesta junto a Babasónicos y que lleva el mismo nombre de la banda argentina. ¿Cómo se dio ese encuentro?
—Fue fantástico. Los Babasónicos son amigos de mi mujer Fabiola, que es mexicana. Ellos son unos músicos increíbles y todos sus discos son diferentes, algo que a mí me encantó. Yo quise ponerle a la canción el nombre de Babasónicos para que cuando la gente me preguntara por qué se llama así, yo podría explicarles que se trata de un grupo argentino que me gusta mucho. Ellos me enviaron la música desde Argentina en un CD y cuando la escuché me pareció hermosa. Yo solamente tuve que cantar encima.
—¿Todavía siguen en contacto?
—Sí, porque hemos trabado una buena amistad a través del tiempo, de hecho ellos me visitaron en Londres. Espero verlos cuando vaya a tocar a la Argentina. Son grandes amigos.
—Llevás más de veinte años en el negocio del rock. ¿Tuviste que hacer muchas concesiones para llegar donde estás hoy?
—Sí, tuve que hacer muchas concesiones, pero te aseguro que el rock and roll también me dio unos cuantos regalos. Por más que suene a frase hecha, me dio la libertad para hacer mis sueños realidad, me dejó expresar desde una ciudad olvidada y comunicarme con gente de cualquier parte, rompiendo las barreras del idioma. Y eso, en un mundo como el de hoy, es una bendición.
—Muchos músicos británicos, como Noel Gallagher, Richard Ashcroft y Chris Martin, siempre te nombran como el tipo al que hay que seguir. ¿Te sentís cómodo con esos elogios?
—La verdad es que me hace sentir bien, más que nada porque me considero alguien que durante más de veinte años lo único que quiso es hacer canciones. Y si los elogios vienen de gente joven y talentosa, como Richard o Noel, es la mejor paga que puedo tener para mi carrera. Cuando hacés canciones sólo pensás en que le gusten a la gente que te rodea en ese preciso instante y no esperás que dos décadas después muchos adolescentes te mencionen como un referente. Por eso me siento un tipo muy agradecido.
—¿Encontraste la canción perfecta o la búsqueda es infinita?
—Creo que el músico siempre se las arregla para que esa búsqueda sea infinita. En noviembre entro a grabar un nuevo disco y espero poder escribir esa canción que nunca hice antes y que tal vez me llene por completo. Y ese es un círculo que se renueva en cada ocasión que ingreso al estudio. Te mentiría si te dijera que ya encontré la canción perfecta. Aún la sigo buscando.
Perfil de un mono loco
por Javier Aguirre
En algún momento tal vez Ian Brown protagonice un reality show y, ahí sí, alcanzará el status de inimputable. En tanto no lo haga, su lugar será siendo el de una casi-estrella de rock con uno de los pasados más apreciados en Inglaterra (la banda con la que se convirtió en quien es; los Stone Roses), cuya producción posterior —o sea, su carrera solista— si bien siempre fue digna, quedó lejos de la gloria de cuando Manchester era la loca “Madchester”.
Apodado el “King Monkey” por razones que su cara simiesca exime de precisar, Ian Brown no necesitó volver a la genialidad de los Roses para construir una leyenda, con mitos y verdades, como toda leyenda. Mientras que año a año los británicos no se cansan de votar a The Stone Roses (1989), el primer álbum de aquella banda, como uno de los tres mejores discos de todos los tiempos (por encima de los Beatles y los demás); Ian tiene un historial de popularidad mediática que, desde aquí, podría remitir a tanto a Maradona como al Novio de Moria Casán. Estuvo preso cuatro meses por haberse peleado con una azafata en pleno vuelo. Bañó de pintura las oficinas de su compañía discográfica y terminó demandado y con fans cantando en la puerta del juzgado. Repartió dinero alegremente, en carretilla, por Manchester. Hizo de las desafinadas en los shows su marca registrada (Internet es testigo: sus interpretaciones en vivo de hitazos de SR como Sally Cinnamon o I am the Resurrection resignifican la performance de Ileana Calabró en “Cantando por un sueño”).
Grabó covers de Michael Jackson en pleno juicio por abuso de menores. Puso precio a cada pregunta en las entrevistas para luego donar el dinero a beneficencia. Tuvo un pequeño papel en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Y así.
En tanto, su legado cautivó a cualquier rocker nacido en Manchester. En especial, los SR fueron referentes para los Oasis: Ian bardeó a Bowie y a los Rolling Stones antes que los Oasis. Diseñó el andar pendular por el escenario que Liam Gallagher patentara años después. Y Noel Gallagher participó en discos y shows de Ian (del mismo modo que ambos Gallagher también colaboraron con John Squire, el guitarrista que fuera la otra pieza clave de los Roses, y que hoy mantiene una relación de amor-odio con Ian que recuerda la del Indio con Skay).
Fumón empedernido y casado con una mexicana, Brown también cultivó su propio romance con Babasónicos: editó en uno de sus discos una canción llamada Babasonicos en la que tocan los desfachatados de Zona Sur y Carca, y hasta supo votar a Mariano Roger en el rubro mejor guitarrista para una encuesta (ver recuadro “Baba-stones”).
Y mientras que periódicamente se rumorea una reunión de los Stone Roses originales, los interrogantes quedan planteados: ¿Cuántas veces necesita un artista ser genial a lo largo de su carrera? ¿Cuántas veces Lennon y McCartney necesitaron formar los Beatles? ¿Cuántas veces los Sex Pistols necesitaron hacer carne el punk? ¿Cuántas veces necesita Ian Brown hacer historia, después de las melodías deliciosas y el mestizaje de rock y dance que hiciera con los Stone Roses?
Si Stone Roses volviera, Oasis sería su banda soporte
por Roque Casciero
En junio de este año, la revista inglesa Uncut publicó en su tapa el título: “Los Stone Roses resucitados - Ian, John, Mani & Reni hablan sobre la reunión que el mundo todavía está esperando”. Un poco exagerado, porque “el mundo” no se reduce a las islas británicas: allí sí que un regreso de los Roses sería un suceso memorable. Los diseñadores de la revista incluso se atrevieron a soñar el afiche de la gira de reunión (¡con Oasis como soporte!), todavía muy improbable. “No sucederá, no lo creo”, dijo el guitarrista John Squire. El mismo que, un año antes, había desatado los rumores cuando declaró que haría un disco con guitarras furiosas y luego reuniría a los Roses. “Hmmm, bueno, a veces uno simplemente dice cosas por decir, ¿no?”, se desmarcó el violero. La carrera de Squire después de la banda se redujo a formar The Seahorses (que sólo publicaron un álbum) y a dos discos solistas que pasaron sin pena ni gloria. En la actualidad se dedica a vender los cuadros que pinta a través de su página web. Alan “Reni” Wren colgó los palillos de su batería cuando abandonó los Roses (fue el primero en irse) y retomó la música como frontman de The Rub, una banda que existió entre 2001 y 2003, y que no llegó a publicar un disco. Reni fue el único de los ex miembros del cuarteto que no aceptó ser entrevistado por Uncut.
Bien distinta es la historia de Gary “Mani” Mounfield: después del último concierto de los Roses (cuando de los originales sólo quedaban él y Brown), el bajista se unió a Primal Scream justo para grabar el notable Vanishing Point. Con Bobby Gillespie y los suyos, Mani visitó dos veces la Argentina, y también llegó en 2003 en plan DJ. En esa ocasión, el NO se coló en su habitación de hotel y le preguntó si le gustaría volver a tocar con los Stone Roses: “Me encantaría”, respondió él. “Pero a veces pienso: ‘¿Tendrá algún sentido?’ Sólo sería por una cuestión financiera. Y nosotros dijimos que nunca venderíamos nuestras almas. De todos modos, en cualquier ciudad de Inglaterra en la que esté, la gente se me acerca en la calle y me agradece porque nuestra música le cambió la vida. Entonces, me gustaría reunir a la banda por la gente, porque éramos la banda del pueblo, en un modo en que Blur, Travis o Coldplay nunca podrían serlo. Nosotros somos el pueblo”.
Baba-roses
por Roque Casciero
La historia ha sido contada más de una vez, incluso en las páginas del NO: la “conexión argentina” de Ian Brown son los Babasónicos, a quienes el cantante conoció a través de su mujer Fabiola. “Ella es mexicana y somos amigos desde hace mucho tiempo”, recuerda el guitarrista Mariano Roger. “Ian escuchó algunos discos nuestros y le gustaron, así que cuando estaba por grabar su segundo disco solista, Golden Greats, nos llamó para invitarnos a participar de alguna forma. Le mandamos una pista y él le agregó una melodía y la convirtió en una canción, que tituló Babasónicos como una especie de homenaje... Una cosa rara, igual”. Lo que explicó Brown en esa época fue que le había puesto el nombre de la banda para que los periodistas le preguntaran y poder difundir la música de los argentinos. Y también dijo que Roger era uno de los tres mejores guitarristas del mundo. “¿Dónde dijo eso? No me acuerdo, mirá que humilde que soy...”, se ríe Mariano. “Igual no le creo. ¡Está loco! Para mí el guitarrista de Stone Roses era el mejor del mundo. Es que, más allá de esta relación personal que se dio de casualidad, a mí siempre me gustaron Ian y los Roses: el primer disco de esa banda era lo mejor de Madchester”. Pero si la relación en 2000 quedó bien documentada, lo que no se conoce tanto es que, a pedido de los Babasónicos, Ian Brown llamó al productor Phil Brown (no son parientes) para darle referencias de la banda antes de la grabación de Anoche. Así que la conexión continúa. “Supongo que cuando él venga algo pasará, si es que estamos acá en ese momento”, suelta Roger. “Creo que estaba buscándonos para algo.”
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