Lo primero es el ruido. Tres acordes estridentes. La batería rápida (pac pac pac pac). Alrededor hay una calle colmada de personas que apenas prestan atención a lo que sucede. También están las mantas con consignas laborales, además de aquellas que representan –mediante siglas– a cientos de sindicatos de trabajadores privados y del Estado. Es la multitudinaria marcha del 1 de mayo, con miles de obreros listos para la protesta, pero esta vez existe un paréntesis, un grito distinto en su interior: sobre un pequeño camión de carga hay una banda punk dando un concierto.
–¡Un día de rebelión, no de descanso! –grita Héctor Mazariegos, líder de la banda Warning. Entonces la batería, tras sus palabras, acelera un poco más. El amplificador de su guitarra, alimentado por una pequeña planta eléctrica de gasolina, produce feedbacks espantosos e insoportables.
Alrededor, la gente se tapa los oídos.
Desde las cinco de la mañana, tres punks –botas altas, chaquetas con estoperoles y cadenas, detalles de calaveras, vestimentas negras– han estado aquí, esperando a que el día de protesta sindical arranque. Así han sido testigos de cómo todos los sindicatos pelearon por un lugar en la marcha. Quién primero, quién después, quién de último, quién en medio, cuándo entra tal o cuál organización de trabajadores, qué consignas, qué pactos colectivos defender y proclamar.
Al final, antes de empezar la marcha, ningún acuerdo fue posible.
Todo inició por inercia.
La misma inercia con que arranca cada primero de mayo dentro de la dinámica sindical de Guatemala. Los sindicatos blancos (que nunca confrontan al patrono), los amarillos (que quisieran confrontar pero apenas convocan), y muy pocos rojos (que confrontan y velan por el mejoramiento de los trabajadores).
Entre tanto, los sindicatos le han lanzado algunas advertencias sobre esta protesta a la banda punk. “No es su lucha”, les han dicho como una insinuación de que no les darán un lugar dentro de las distintas organizaciones laborales, o al menos no hasta el final, detrás de todos, incluso después de aquellas agrupaciones que no quisieron madrugar.
O bien, los sindicatos –los más grandes como el Frente Nacional de Lucha (FNL) o el de Coca Cola–, en más de cinco ocasiones, han intentado cuestionar a la banda punk. Preguntas como: “¿a quiénes representan?” o “¿quién les ha dado autorización para estar aquí?”.
–Nadie –ha respondido, en cada oportunidad, el vocalista Héctor Mazariegos.
Desde el micrófono, durante el inicio del concierto, Mazariegos, no obstante, explica en gran parte la filosofía punk, las motivaciones de estar en la marcha, así como el anarcosindicalismo y su contexto dentro de la marcha. Cómo, por ejemplo, el uno de Mayo de 1886 –bajo y batería de fondo, en aceleración punk–, Chicago, toda la ciudad, se detuvo por completo cuando 30 mil obreros se declararon en huelga. La reacción de la policía en aquel entonces fue reprimir; seis muertos y gran cantidad de heridos como saldo.
–Hay que luchar por los derechos del trabajador. No a la represión –grita el líder de la banda punk desde la tarima/camión–. ¡Los mártires anarquistas no se olvidan!
Mazariegos se refiere a George Engel, Samuel Fielden, Adolf Fischer, Louis Lingg, Michael Schwab, Albert Parsons, Oscar Neebe y August Spies, todos apresados el 5 de mayo de 1886, tras una masacre en un mitin de trabajadores. Todos miembros de la Asociación Internacional del Pueblo Trabajador (International Working People’s Association), que años después se denominaría “anarcosindicalista”, una idea que defiende a los trabajadores como dueños de las estructuras políticas y económicas de una sociedad.
Ante este tipo de explicaciones, los demás sindicatos, delante y detrás del concierto ambulante punk, no saben muy bien cómo reaccionar. El pequeño camión/tarima, el ritmo punk, los lemas anarquistas,, no han sido bienvenidos desde un inicio por parte de algunos sindicatos. Así, el FNL, por ejemplo, luego de dos canciones, se ha retirado para alcanzar un lugar alejado de aquellos lemas. Los trabajadores de Coca Cola, por su parte, han colocado a otros sindicatos más pequeños de por medio. Son los más ancianos de estas agrupaciones sindicales los que muestran una mayor desaprobación. Y así, en cada flanco, intentan la distancia.
Los punks, en total, apenas suman una decena.
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No es la primera vez que los punks llegan a la marcha sindicalista del 1 de mayo. Desde 2002 las banderas anarquistas, las botas altas, las chaquetas con remaches de metal, los mohawks, los tatuajes, suelen reunirse en pequeños grupos a lo largo del recorrido. Y se mantienen un poco al margen de todo; manteniendo “presencia”.
Es la primera vez, sin embargo, que se hacen notar con un concierto ambulante en medio de la multitud.
“Nuestra presencia cada 1 de mayo se debe a la búsqueda de nuestros derechos laborales. En este país es difícil trabajar a causa de los prejuicios. Tener tatuajes, perforaciones, peinarte como te plazca, te limita la contratación laboral. Sí eso empieza a cambiar, se vería un respeto por nuestros derechos, nuestra libertad”, dice Julio Calderón, que junto a su familia –todos punks, incluso su hijo Noé de dos años–, ha asistido a la marcha, al concierto ambulante de punk.
“Esta vez”, explica Mazariegos desde el camión/tarima, “el punk no sólo exige derechos laborales. Estamos aquí porque el gobierno ha logrado hartarnos a todos. La corrupción ha sido insoportable”.
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