Black Francis considera que es mejor no tomarse muy en serio a Pixies La banda que admiraba Kurt Cobain publica un nuevo disco, “The Night the Zombies Came” y su líder dice que es vulgar “hablar sobre nosotros mismos, si somos importantes o lo que sea, solo porque sí” Por Maria Sherman Muertos vivos, restaurantes suburbanos con temática medieval, un centro comercial. Druidismo, pollos decapitados, renacimiento. Iglesia, matanza de ovejas, ciencia ficción. Estos son algunos, no todos, de los temas tratados en el décimo álbum de estudio de Pixies, The Night the Zombies Came. Una colección caleidoscópica de 13 canciones —su primer álbum con la nueva bajista Emma Richardson— que oscila entre el folk, el punk, la psicodelia y de vuelta, sin encajar nunca en una fórmula particular. En realidad, The Night the Zombies Came se desarrolla como una película: cada canción es una pequeña viñeta. El líder y artista visual Black Francis, nacido Charles Thompson, dice que eso se manifiesta espec...
Gabriela Wiener
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Entrevista
Gabriela Wiener, escritora peruana: “Argentina no se siente racista y lo es”
Acaba de publicar “Huaco retrato”, novela íntima que aborda el colonialismo físico y mental.
Nació en Lima en 1975. También es una cronista filosa e incisiva. FOTO: DANIEL MORDZINSK"La imbecilidad artificial del cuerpo estaba unida en los peruanos a
la imbecilidad fáctica del alma.” La frase, epígrafe del libro Huaco retrato,
pertenece al explorador y viajero judío-austríaco Charles Wiener
(1851-1919), más que probable tatarabuelo de la escritora peruana
Gabriela Wiener, expoliador de obras de arte precolombino y objetos
arqueológicos andinos llevados a Europa en el siglo XIX.
Wiener,
Gabriela, la autora de Huaco retrato, lanzado recientemente por Random
House, se considera “marrón” y en el libro aborda –con agudeza,
desenfado y humor feroz– la incesante ramificación, la metástasis, del colonialismo.
Su historia (o, para ser más precisos, la de la narradora, que se llama
como ella) le permite narrar desde lo íntimo un mal universal que ella
cuestiona.
Ciento cincuenta años atrás, Charles Wiener estuvo cerca de descubrir el Machu Picchu, escribió un libro sobre Perú y se apropió de casi 4 mil huacos y de un niño aborigen,
para comprobar si un “salvaje” podría volverse civilizado en el Primer
Mundo. Quería lucirse en la Exposición Universal de París de 1878, feria
de progresos tecnológicos, epítome del eurocentrismo y del racismo
científico, con sus zoológicos humanos con especímenes de otros continentes.
Huacos:
piezas de cerámica prehispánica que representan rostros indígenas; se
dice que capturaban el alma de las personas. Huaqueros: “Saqueadores de yacimientos arqueológicos
que extraen y trafican, hasta el día de hoy, con bienes culturales y
artísticos”, escribe Wiener en su libro. Además de haber sido huaquero,
con su partida y su indiferencia Charles convirtió a sus descendientes
americanos en bastardos.
Gabriela va tras sus pasos y narra el efecto derrame sobre las siguientes generaciones.
Su tatarabuelo, Charles Wiener, fue un explorador austríaco que expolió patrimonio arqueológico peruano./ FOTO: SOFÍA ALVAREZ
“Charles siempre estuvo ahí, anduvo merodeando durante años mi
escritura, me parecía un personaje fascinante: el viajero del siglo XIX
que no llegó a Machu Picchu
pero casi, tenía un lado perdedor que me atraía. Obviamente era el
culpable de que yo tuviera cara de huaco y apellido alemán”, cuenta ella
desde Madrid, tierra de conquistadores, donde vive con su familia
basada en el poliamor: sus parejas (Rocío, española, y Jaime, peruano) y
dos hijos de los tres.
“Tengo el recuerdo de no permitirme
escribir sobre Charles nada o casi nada antes porque tenía la convicción
de que era un tema complejo que podía abordar con cierta ambición en un
libro, que atravesaba muchísimos asuntos. La única vez que publiqué
algo fue en una columna, allá por 2009, en la que decía que yo era descendiente, a la vez, del huaco y del huaquero, que es un poco el germen de Huaco retrato”, dice.
Y
agrega: “En los últimos años me fui dando cuenta de que sus actos
estaban justificados por la coartada de la ciencia, que por eso se le
respetaba, porque lo había enviado Francia en misión ‘científica’ al
Perú. La misma ciencia que justificó la superioridad racial y la esclavitud y el exterminio de gente.
Para entonces yo ya andaba interesada en los movimientos
anticoloniales. Empecé a leer la historia de mi supuesto antepasado con
ojos mucho menos mitificadores”.
El nuevo libro, editado por Random House.
-El libro rompe con estereotipos y corsés, incluidos los de
cierta corrección política y los de los géneros narrativos. ¿Te
considerás una escritora inasible, indefinible?
-Noooo.
Me imagino borracha con una copa en la mano diciendo soy una “escritora
inasible, indefinible”: si eso llega a pasar que me lapiden, seré yo
quien tire la primera piedra (ríe). Solo hago libros en las fronteras de
los géneros y a veces creo tener algo de sentido del humor, nada más. Detesto a los pontífices literarios
y el elitismo de los discursos del arte por el arte. Es raro lo que
dices porque a mí los “librepensadores” siempre me han puesto en el
bando de la “corrección política”, porque tengo muy claro que me
interesa la literatura social.
-En Huaco mencionás a los discriminados que discriminan y das ejemplos familiares. ¿Charles Wiener podría ser uno de ellos?
-Y su tataranieta también. La figura de Wiener me permite hablar del racismo internalizado, de autodiscriminación, de reproducir la violencia recibida,
de camuflarse entre los victimarios, de las dinámicas de blanqueamiento
en las que una persona racializada actúa bajo la óptica del blanco
racista, rechazando a los miembros de su comunidad y a sí mismo. Charles
Wiener era un migrante judío de una religión acosada en Francia. El
antisemitismo avanzaba en Europa a pasos agigantados. Se convirtió al
catolicismo, se cambió de nombre y se nacionalizó francés. Yo lo
interpreto como que necesitó todo el reconocimiento y la visibilidad
posibles para no parecer vulnerable, para no ser “el judío”. Eso incluía
ser enviado de una potencia colonial, saquear miles de huacos y robarse
un niño indígena, a la par que dejaba a otro niño, un hijo propio,
atrás.
A los marrones argentinos se les esconde y se les niega, como a sus pueblos originarios.
Gabriela Wiener, escritora y periodista
-Volviendo
a la actualidad, al abordar la doble vida de tu padre, que tenía
familias paralelas, no lo cuestionás de plano: buscás la comprensión e
incluso establecés conexiones con tu elección del poliamor.
-La
protagonista no puede acusar a nadie, ni siquiera a Charles, es una
desgraciada. Sería muy conchuda. En el libro hay una consciencia de la
complejidad de nuestras experiencias e interrelaciones. No hay cuestionamiento que no pase por un autocuestionamiento.
Lo único que soporta un cuestionamiento plano es el mal por el mal. Si
con Charles la protagonista se pelea en varios combates, con el padre es
más difícil. Es su padre. Su imperfecto padre. Las conexiones no son
antojadizas. Nos relacionamos con eso que vivimos, que nos constituyó,
para afirmarlo o para negarlo en nuestras decisiones adultas. El padre
es una figura amorosa y política, de referencia para la hija, pese a sus
farsas y desbarajustes. Y la hija ha aprendido la lección del
patriarcado, idealiza al padre, ningunea a la madre. El libro habla de
qué pasa cuando ponemos el foco en todo eso que andaba a oscuras por
mandato.
En familia, con sus dos parejas: la española Rocío Lanchares Bardají y el peruano Jaime Rodríguez.
-A través de lo que le ocurre a la protagonista, das una
mirada menos idealizada acerca del poliamor, donde también existen los
celos, la culpa, las infidelidades o la falta de deseo.
-El poliamor no es el tema de Huaco retrato,
es un tema más, la manera en que está tratado en el libro normaliza la
práctica, la desmitifica, la acerca a quienes aún lo ven como una frikada.
Yo desde que estoy ahí también soy crítica y me he sentido muchas veces
una fracasada del poliamor, de eso va mi obra de teatro Qué locura enamorarme yo de ti,
pero persisto. Eso sí, cuando los heteromonógamos tramposos y
violentos, las malas amigas, los no cuidadores, critican al poliamor,
hay que hacer oídos sordos, como cuando los machistas se ponen a
cuestionar a las feministas.
-Más interesantes son tus cuestionamientos desde adentro.
-Desde
dentro está bien que salgamos de la prédica barata. Entre las cosas que
me cargan del poliamor es que suele funcionar dentro de un marco bien
racional y bien blanco, de acuerdos y consensos. No se puede hablar del deseo y libertad sólo respecto al género,
hay que hablar de raza y clase, son cosas que pesan también a la hora
de acostarse con gente. Qué fácil solo para unas mujeres liberarse en un
sistema en el que tienen privilegios. ¿Y las demás? También
reivindiquemos otro tipo de entendimiento, el derecho a cagarla, a
encelarnos y a llorar, a ir al ritmo de nuestra herida. No hay muchos
referentes y es muy complicado hacer camino. Lean a Mafe Moscoso, a
Lucrecia Masson.
-Usás un humor filoso para tratar
cuestiones que son profundas y para otras que no lo son tanto, como el
ego de las/os cronistas prestigiosas/os.
-(Ríe). Algunos
viajan en primera clase para escribir sobre el hambre y en las ferias
los alojan en hoteles de cinco estrellas en los que se meten toneladas
de coca y luego escriben sobre el narco. Piden que les cambien de
habitación si encuentran una pelusa. En las cenas de los premios se
sientan en las mesas de Juan José Millás y Vargas Llosa. Rompen los
moldes del periodismo cada dos por tres. Por mi parte, yo me follo a mis
fans. Nada, es humor nomás, tranquis.
Tiene una larga carrera en el periodismo. Publica, entre otros medios, en el New York Times. FOTO: DANIEL MORDZINSKI
-¿Te torturan con la infaltable pregunta de qué es real y qué ficción en tu libro? ¿Tiene eso importancia?
-Ni
la más mínima, el mundo colapsa, se agota el agua, se queman los
bosques, la ultraderecha está lista para nuevos holocaustos. ¿Y nosotros
hablando de que si la literatura fantástica ya superó a la autoficción,
de si la literatura del yo es literatura, de si es ficción o realidad?
Es la misma mierda de que si las mujeres trans son mujeres. Lo son.
Punto.
-A través de tu suegra franquista, mostrás, o la
narradora muestra, la discriminación hacia una sudamericana en España,
donde vivís.
-No es mi suegra, mis suegras son mujeres
maravillosas, tengo dos, claro, como para chiste de Condorito. Me
encantaría tener más suegras. La del libro es la abuela de la novia
española de la chola peruana protagonista, pero está tan mayor que para
qué explicárselo. Bueno, la Gabriela de Huaco se mete a un grupo de
Descolonización del deseo en el que tienen que escribir sobre sus
experiencias de discriminación y le sale un poema, Panchilandia. A los
latinoamericanos en España nos dicen panchitos. Entonces escribe sobre el Disney de los sudacas,
donde todos nos quieren y nos tratan con cariño, nos tocan el pelo a
ver si es real, se deslumbran con nuestro vocabulario y creen que lo
mejor que podría pasarnos es casarnos con un español.
Me he sentido muchas veces una fracasada del poliamor, pero persisto.
Gabriela Wiener, escritora y periodista
-A
partir del grupo “Descolonizando mi deseo”, la protagonista plantea
cómo los parámetros de belleza se han formado a partir de imposiciones
culturales. Pero marcás que ella eligió una esposa blanca y delgada.
-Sí,
aunque va al revés, la tipa va al grupo de autoayuda para follablancos
porque se siente dominada por esa pasión furiosa por su esposa española,
blanca y delgada. Bueno, ahí en el grupo puede sentirse acompañada de
otras que tienen heridas coloniales gemelas, llorar un rato y follar con
gordas marrones como ella a ver si le encuentra el gustito a sí misma,
pero en general no hay solución clara. El libro no te la va a dar,
pierde esperanzas. La contradicción es su baza.
Wiener en 2008, cuando publicó "Sexografías", libro de crónicas que será reeditado en noviembre. FOTO: JAIME RODRÍGUEZ
-En Buenos Aires existe una autopercepción de que la
población es mayormente descendiente de los barcos y de que casi no hay
racismo, o no tanto como en otras grandes ciudades del mundo. ¿Qué
opinás?
-Opino que Argentina no es blanca.
Eso dicen mis amigos del Colectivo Identidad Marrón, colectivo
argentino. Argentina se blanqueó, se blanquea cada día. A los marrones
argentinos siempre les preguntan si son argentinos, les dicen que no
puede ser, que serán peruanos o bolivianos. Se les esconde y se les
niega, como a sus pueblos originarios. Argentina no se siente racista y
lo es. Sí, es un país politizado, con una izquierda con conciencia de
clase, sí los peronistas, sí los cabecitas negras, sí las feministas.
Pero ojo: las personas marrones no están. Son argentinos de clase
trabajadora, marrones, andinodescendientes, mestizos, rurales o urbanos,
que por lo general no tienen memorias a las que acogerse porque se las
borraron, sobre los que pesa el estigma de ser chorros y que son
víctimas diarias del gatillo fácil. Mientras en el resto de Argentina
siguen viviendo la fantasía de ser los europeos de América Latina.
Llegaron estos para recordarles su racismo.
El progresismo en lo social sigue viniendo, lamentablemente, con el neoliberalismo en lo económico.
Gabriela Wiener, escritora y periodista
-El Colectivo Identidad Marrón se manifestó en la presentación de tu libro en Buenos Aires, ¿no?
-Llevaron
carteles para pensárselo: “¿A cuántos marrones has leído en tu vida?” y
“Más caras de huacos, menos Vargas Llosa”. Pueden ver su serie en Canal
Encuentro, donde comparten con gran generosidad pedagogía antirracista,
son artistas, escritores denunciando que hay racismo en el cine, en la
literatura, en la política. No son solo activistas, son creadores de
relatos y de mundos. Lo mismo hace el peruano Marco Avilés con sus
libros De dónde venimos los cholos y No soy tu cholo. O Quya Reina con El Alto, Bolivia y Los hijos de Goni.
-Para
algunas figuras históricas e intelectuales de la Argentina, como
Sarmiento, el gran dilema era “civilización o barbarie”, una idea que
siguió cruzando la política argentina hasta el presente. La
representación de esas dos categorías varían de acuerdo a la perspectiva
ideológica.
-Es el mismo proyecto colonial en todos
lados y básicamente la modernidad burguesa e ilustrada y el Estado
nación se construyeron sobre el mito del progreso y la exclusión. No ha
habido debate. Ganó la barbarie, punto. Aún las voces
hegemónicas e imperialismos varios del norte global consideran que todo
lo vinculado con los pueblos originarios y rurales, el indio y el
gaucho, son lo bárbaro y lo atrasado. Autores que no pensaban así, como
José María Arguedas, fueron acallados. Se mató de un balazo en la
cabeza. Y el progresismo en lo social lamentablemente sigue viniendo de
la mano del neoliberalismo en lo económico. Mi idea es seguir creyendo
en las revoluciones.
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