vampiros mutantes japoneses filmados en... ¡moron!
Por Facundo Di Genova
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/no/12-2745-2007-04-20.html
Cuando el guionista japonés Mamoru Oshii ideó Blood: The Last Vampire, una historia de terror-ficción multimedia difundida en historietas, películas animadas y videojuegos, pensó en varias obras autónomas ubicadas en distintos lugares y períodos de la historia mundial, pero nunca imaginó que algunas escenas de la primera versión para el cine se terminarían filmando en el Gran Buenos Aires. La trama es así: a fines del XIX, un científico se propone mejorar a la especie humana a partir de una cruza genética con ciertos monos chupasangre, creando un ser transgénico con características extraordinarias. Como siempre, algo salió como el culo, y nacieron los Chiropterans. Se trata de seres con apariencia humana, pero a la vez mutantes sátiros y lascivos, que se alimentan de sangre humana y forman organizaciones delictivas. Estos humanoides, que cuando se enfurecen se transforman en monstruos voladores, capturan harenes de jovencitas a las que muerden y someten sexualmente, e infectan con el parásito de la dependencia hacia el chiropteranismo.
La protagonista de Blood... es Saya, una señorita de origen incierto, quien persigue a los vampiros mutantes adonde vayan, orientada por una estructura de inteligencia secreta que la manipula como se manipula un cultivo de hongos y bacterias, y la obliga a infiltrarse en colegios secundarios, el blanco predilecto de los Chiropterans, no para salvaguardar a las víctimas, a quienes Saya detesta, sino para encontrar a sus enemigos, a la vez que hermanos, y destruirlos. En la primera de las historias de Blood..., Saya se infiltra en la base aérea militar estadounidense de Yokota (Japón), en 1966, en el colegio adonde asisten los hijos de los militares yanquis. La película, a estrenarse en 2008, cuenta esta historia, y una parte fue filmada en Morón hace días, durante tres semanas, bajo la dirección del francés Chris Nahon (El beso del dragón), producida por Ronnie Yu (La novia de Chucky). Allí estuvieron las dos protagonistas, la modelo surcoreana Jeon Ji-hyeon (Saya) y la estadounidense Allison Molinero. El film contó además con la participación súper estelar de 350 extras argentinos e inmigrantes radicados en el país.
“De las tres semanas, llovieron dos, y había una plaga de mosquitos infernal”, dice un integrante de la producción de la película, rodada en el desactivado aeropuerto militar del Comando de Regiones Aéreas. Todos sufrieron las picaduras de los insectos, pero en especial los doscientos extras con pinta de gringos que durante una jornada hicieron de militares en pleno entrenamiento, vestidos con pantaloncito corto y remera amarilla: mientras corrían, se revolcaban por el pasto y cantaban alegremente una marchita yanqui para las cámaras, eran chupados por millones de mosquitos que, parece, se tomaron en serio esto de filmar una de vampiros en el Gran Buenos Aires.
En el centro de la acción: el NO está en la base de Yokota, en Morón, en el quinto día de rodaje. Un enano con megáfono dirige a la tropa de “soldados estadounidenses”. Es el encargado de arrear al ganado desde los vestuarios hasta el set, del set al comedor, del comedor al set, y así. Imaginen: más de 300 personas. A algunos soldados y estudiantes los peinaron con un fijador importado a base de “extracto de semillas y proteína de marihuana”. Sin embargo, nadie huele a porro. Mientras la tropa se dirige hacia el Kanto High School (el casino de oficiales de la Fuerza Aérea devenido en colegio), varios extras se refugian para sacar fotos clandestinas y otros dos se chamuyan a las minas del catering; una docena de extras-pilotos de avión permanece sin hacer nada, tirados panza arriba, agradeciendo tan grato rol y poniéndoles pocas fichas a la película, sin siquiera conocer el argumento. De repente aparece Chris Nahon, quien se muestra algo fastidiado. Se parece a Pedro Brieger pero con cara de malo, y eso que todavía no llovió ni una gota.
Ser extra a veces es duro, pero no está mal. Para esta película, los argentinos cobraron por jornada una cifra que, con horas adicionales, araña los $ 100. Los de apariencia afro (cameruneses, cubanos o brasileños residentes en el país) y los orientales (chinos y coreanos), menos de cien en total, recibieron un bolo especial de $ 138, “porque cuesta más conseguirlos”, según explicó una integrante del casting. Los muchachos que venden oro por las calles porteñas, muy conformes. El que mete miedo es el brasileño Eddy de Sousa... hasta que se lo escucha hablar y reír, amable y habitualmente. De “malo” trabaja cuando no es extra: Eddy es más conocido como Milo Platao, el corrupto y malvado manager del luchador Dorival Santos Doheiro, alias Kapoeira, que combate en 100% Lucha.
De Jeon Ji-hyeon y Allison Molinero, las dos protagonistas de la historia, y de los Chiropterans, pocas noticias en Morón. Todos dicen que las chicas andan por ahí, metidas en alguna carpa para estrellas, pero nadie las ve. Durante su estadía en Buenos Aires, las chicas pasaron inadvertidas, mimetizadas entre miles de turistas. Filmaron en Vicente López, en La Boca y en Morón, pero sin hacer contacto con el grueso de la tropa, por lo que pocos pudieron verlas en las escenas más comprometidas. Vale anotar que Blood... es algo hentai (erótica). No hubo actores argentinos en el reparto, pero un par de extras privilegiados por el azar, la perseverancia, quizá la facha (como Sergio Desi, que tiene una agencia de promotoras en San Martín) pegaron un “bolo meritorio”, interviniendo en algunas acciones en torno del aeropuerto. Para la tropa, lo de siempre: quedar reducidos a “una ínfima partícula en el inmenso mundo del entretenimiento”, como le gusta decir a Gerardo, un extra que hizo de ingeniero civil de los aviones de combate de la base: dos viejos Skyhawk y un Mirage de la Fuerza Aérea Argentina pintados con la banderita estadounidense. Habrá que descubrirlo con lupa cuando den la película.
El séptimo día del rodaje, un negro y ancho ex combatiente de Vietnam que trabaja en la producción como asesor de vestuario, pasa revista a los extras uno a uno; escruta los uniformes militares, rezagos de los marines. Un Peugeot 404 negro entra a escena en un plano general brillante, con la pista de aterrizaje como fondo. Antes, un extra largo como un fideo se acovacha cual soldado conscripto detrás del segundo Skyhawk, se pone a fumar, ni le interesa salir en el cuadro, avisa. Esto parece un quilombo y sin embargo todo funciona aceitadamente. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, o improvisa, total, desde lejos no se ve. El cascarrabias del jefe de producción grita: “¡Nadie fuma!”, el soldado acovachado lo apaga. Hay un ensayo. El asistente de dirección arenga: “¡Están muy lentos, parecen dormidos!”. Después alguien grita: “¡Acción!”, y suena como “¡Atención!”. El que dijo que el trabajo en cine es medio milico, tenía razón. Un general norteamericano pasa revista a la tropa desde de su auto con chofer, la torre de control a sus espaldas, la cámara lo sigue. Unos cien extras llevan cosas, arreglan aviones, boludean. El sol anaranjado como yema de huevo de campo se va por el oeste, pero en la película se va a ver como un amanecer. Y entonces alguien grita: “¡Corten!”.
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