“Hay una clase social que se quedó afuera del rock”
Noche y día en la vida del último encantador de serpientes del rock nacional. Crónica rockera por los pasillos de Ciudad Oculta y charla de entrecasa en el “bunker” de Bernal. Historias de su infancia rocker en Villa Lugano y Piedra Buena. Un análisis sociológico. Y una revelación: “No tengo viejo. Nos abandonó cuando yo tenía tres meses. Y menos mal”.
Por Juan Manuel Strassburger
“Me pone un poco ansioso no saber bien cómo va a salir todo”, reconoce Cristian “Toti” Iglesias, cantante y compositor de los Jóvenes Pordioseros, minutos antes de enfilar para el festival en Ciudad Oculta, las manos en los bolsillos del pantalón de gimnasia. El 25 de Mayo arranca frío, pero soleado. El punto de encuentro es la sala de ensayo de la banda en Mataderos. “Venimos de gira”, informa Toti, mientras empina una cerveza y espera que lleguen los demás. “Ayer tocamos en el Elsieland de Quilmes y nos acostamos a las cinco de la mañana.” Aun así, el ánimo es bueno y tanto Toti como Pedi (guitarrista), Sikus (bajo) y Chori (batería) intercambian chistes con el resto de la comitiva pordiosera: plomos, asistentes, sonidista, manager y amigos varios. Todos arriba de la combi, incluido el NO. “Total, no es que les vaya a sorprender algo, ¿no?”, dice.
Locro, chocolatada y rock aguardan en la Oculta. Aunque, por ahora, lo que suena en la combi es FM Pasión y una versión de Eres mentirosa de Los Mirlos. Después, Los Lamas, favoritos de Toti. Allá es otra historia. Apenas la combi entra a la Oculta se escuchan las guitarras de Rubias de Hong Kong, uno de los grupos invitados.
“Arrancamos en el ‘85 con Korneta”, cuenta Aníbal Acuña, uno de los organizadores. “El empezó su carrera acá, tocando la acústica, mucho antes de que formara Los Gardelitos. Y gracias a eso empezó a venir más gente. Hoy calculamos 3 mil personas, de las cuales sólo un 20 por ciento viene del barrio.” Otro visitante ilustre es el Pity (infaltable desde la época de Viejas Locas). Y tal vez, a partir de ahora, los Jóvenes Pordioseros. Y Toti.
El cantante se instala en el comedor escolar que oficia de “vip” y no para de saludar gente: amigos (Fachi de Motor Loco, Abel de Intoxicados), madres, niños, curiosos. Muchos le preguntan si se acuerda de tal o cual historia que vivieron juntos. Y Toti hace un esfuerzo, agudiza la memoria y al final responde: “Ah, ¡sí! ¡Ahora sí! ¿Viste que me acuerdo?”. El esfuerzo es sincero. Y lo mismo respecto del pedido de fotos y autógrafos al voleo. “¿A dónde?”, pregunta el líder de los JP. “Ahí”, insiste la fan. Y Toti firma sobre el pecho pordiosero. También se acercan niños junto a sus padres. Es un festival de tono familiar y se nota: el acoso sobre Toti es afectuoso y no llega a la histeria.
Sin duda, Toti es uno de los pocos cantantes carismáticos que quedan. ¿Los demás están en vías de extinción? Al menos, en el palo stone & barrial, pareciera que sí. Hagan la prueba: piensen en grupos de esa movida y vean cuántos tienen un frontman histriónico, danzarín, capaz de hipnotizar al público con un simple quiebre de cintura o una mueca animalesca. Pocos. “Sabemos que ya pasó el furor de Descontrolado, y por eso esperamos encontrarnos con los amigos más pordioseros, que hace dos años que no nos ven en Capital”, dice antes de llegar este sábado por segunda vez a Obras y confirmar el status de masividad de la banda.
El perro Federico
“Yo no le corto el rostro a nadie”, avisa el cantante. Y es cierto. Durante la recorrida por el barrio le ofrecen de todo (vino en cartón, la mayoría de las veces) y él toma obediente, más allá de que prefiere cerveza, siempre a mano. “¡Toti! ¡Toti! ¿Te sacás una foto con nosotras?” “Cómo no, doñas. Como gusten.” Y el cantante posa con las señoras. No sólo de groupies vive el rock. Un perro cruza la escena. “¡Federico! Vení para acá, ¡no lo molestes al Toti!” “¿Federico? Miralo vos al Federico”, se sorprende el cantante. Y alguien le sugiere que escriba una canción con la ocurrencia. “Estaría, ¿no?”
La recorrida se adentra aún más en la Oculta. Y si bien hay fotógrafos y seguidores, son más los curiosos que otra cosa. Se entiende: en la Oculta reina la cumbia. Aun así, un grupito pordiosero divisa al ídolo y lo intercepta. “Eh, Toti, tocate una con nosotros.” Ahí nomás se arma el acústico. El barullo es total, pero apenas entona los primeros versos se hace mágico silencio. “Si algún día te vuelvo a encontrar / vamos a hablar de los días de ayer / de los ensayos del primer recital / de esos amigos que ya no están / sabés que nunca pude estar soloooo”, se desgarra a capella, mientras los chaboncitos hacen coros y uno acompaña con la guitarra. Antes de despedirse intercambian números y promesas de mensajeo. Uno ordena: “¡Eh, devuélvanle la birra al chabón!”. Y Toti recupera la cerveza.
“Gracias a los Jóvenes conocí el mar, la montaña, los Ratones, La Mississippi. Yo hasta los 18 o 19 no había conocido ni la playa. No tenía ninguna posibilidad económica”, remarca con emoción durante la caminata. Y tal vez por eso, cuando lo invitan a pasar por la casa de un amigo de los organizadores, su actitud es de puro agradecimiento. El anfitrión trabaja en una empresa mudadora y le ofrece una medida del Chivas Regal (cien pesos en Coto) que cada tanto le obsequian los clientes. “Gracias, amigo. ¡Pero venimos de gira y eso me va directo a la sangre!” Toti se rescata hasta ahí. Apenas termina una cerveza, los organizadores le destapan otra. Y cuando vuelve al comedor escolar, se alegra al ver una pareja que le traen de la otra. “¡Al fin, amigos!”, los recibe, ansioso.
Una semana más tarde, en Bernal, el cantante dirá: “Sé que tengo que bajar decibeles, pero la manejo. ¿Viste que dicen que los drogadictos se autoengañan, que lo primero que dicen es que no pasa nada? (Risas) Lo que pasa es que no somos cachivaches, hago lo que creo que llego a poder controlar, es ese don de poder decir ‘si quiero, paro’... ¡Pero no quiero!”. El que tampoco se rescata demasiado es el Pity. Tras llegar y saludar a los amigos, se encierra en el baño. “Eh Pity, portate bien”, lo chancean desde afuera. Pero el líder de Intoxicados no sale hasta que le llega el turno de tocar. Antes se cruza con Toti. “Qué hacés, chabón”, lo recibe con una sonrisa el ex Viejas Locas. Y ambos se abrazan en medio de un remolino de gente.
Cuando termina el show de Intoxicados, Toti le pide un favor: “¿Me prestás la guitarra, Pity? Vinimos con una menos”. El autor de El chico de la Oculta no tiene drama, pero exige: “Traémela vos, eh”. “Sí, Pity, no hay problema. Después hago que te la lleven.” “No, no. Traémela vos.” Toti le explica que ahora vive lejos, en Bernal, y le señala a uno de sus asistentes: “Te la trae él”. “¿Y él quién es? Traémela vos”, insiste Pity. A continuación se produce un diálogo cada vez más hilarante que es seguido por un grupo cada vez mayor de gente que pugna por estar cerca.
Finalmente, Toti promete que él mismo se va a encargar de llevarle la guitarra a la sala de ensayo. Nuevo abrazo y el Pity se retira de la Oculta. Sigue una previa de locro y vino. Y para cuando Toti, Pedi, Sikus y Chori suben al endeble escenario, ya es de noche. Y hace frío. Se suceden Cuando me muera, Descontrolado, Intoxicados (el cover de Viejas Locas) y No la quiero dejar. No hay cordón de seguridad. No hay sponsors. No hay vip. ¡Casi no hay sonido! Pero durante cuarenta minutos, el rocanrol toma por asalto la Oculta.
De Lugano a Bernal
El segundo encuentro transcurre durante la primera semana polar del año. Y tal vez porque recuerda épocas más duras, lo primero que Toti le muestra al NO es su flamante calefactor de ambientes. “Es una masa, es la primera vez que puedo tener uno. En pocos minutos te calienta toda la casa.” La casa es un semi-chalet –pequeño, pero confortable– que el cantante compró a principios de 2007 cuando seguir alquilando en Villa Lugano se volvió, crease o no, inaccesible. “En un momento me salía más barato comprar algo que seguir alquilando algo por allá. No lo dudé y me vine. Además, acá también tengo amigos.”
Para un rocker que hizo del descontrol y la pertenencia al barrio (“Cuando me muera no quiero flores / quiero que fumen en mi honor / quiero que aspiren y tomen cerveza / y que me entierren en Lugano 1 y 2”, canta en el épico Cuando me muera, el tema-insignia que rotó de boca en boca por los barrios y empezó a sacarlos del anonimato) dos de sus máximos estandartes, conservar la coherencia es clave. “La esencia la cuido manteniendo la misma gente con la que me junto. Y no encegueciéndome con la luz de ciudad, como dice el tango.” Y nombra amigos de Merlo, Villa Lugano, Quilmes y Piedra Buena, por supuesto. El barrio de edificios donde se crió como rocker y como persona.
“En Piedra Buena aprendí todos los códigos de la calle. Paraban los pibes grandes en una esquinita y nosotros al costadito. Y cuando los pibes te dejaban salir con ellos, aprendías. Eran otras épocas”, evoca, casi tanguero. Y detalla: “Los barrios de edificios tienen otros códigos que los de parar en la esquina. Son otra cosa. Te pasa la vida ahí mismo, de domingo a domingo. No salís ni para ir bailar”.
Ahí Toti tuvo su primera novia. Y, cuenta la leyenda, también a los 13 armó la primera formación de JP. “Tocábamos una vez por año y ni siquiera teníamos instrumentos. Sólo salíamos a pintar paredes.” Aunque no todo fue tan idílico. “Una vez, de guacho, me pasó algo terrible. Un amigo me cagó con una mina con la que yo salía y quedé estropeado. El chabón era como mi hermano y estuve cuatro días tirado en la cama, sin hacer nada. Me acuerdo de que fui a ver a mi vieja y le pregunté: ‘¿Tengo que ser más garca? ¿Cambiar mi forma de ser?’”
–¿Y qué resolviste?
–Y... no. Vos seguís siendo como sos. Pero tuve la duda, ¿entendés? Y a veces la sigo teniendo.
El cantante aún tiene fresco un episodio que, como aquella desilusión, le hizo replantearse algunas cosas. “Con esto del crecimiento de Jóvenes hay gente que nos boquea. Voy a un boliche de rock y hay cinco que me quieren y cinco que no. Y una noche cobré. Me agarraron entre tres. Solo y duro, como el tema de Jóvenes”, se ríe Toti. Pero enseguida agrega, serio: “Eso me llevó a reflexionar sobre si tenía que andar calzado, por ejemplo. Porque no me cabe andar con seguridad, con patovicas. Pero si tengo que tirar a una gamba, tiro. No me vuelve a pasar”.
–¿Y por qué pensás que te pasó?
–Porque hay gente que no nos conoce. Los que van a esos boliches no es la misma gente que antes venía a ver a Jóvenes. Antes de Cromañón una entrada te salía 6 anticipada, y 8 en la puerta. Ahora ir a un recital puede salir 25, 26 pesos. ¡Mirá la diferencia que estamos hablando! Hay una clase social que se quedó afuera del rock.
Para Toti, eso llevó a un recambio negativo. “Hay algunos que vienen y te dicen: ‘Eh, por qué están sonando en lo de Tinelli’. ¿Y yo qué sé por qué estamos sonando en lo de Tinelli? Además, ¿qué les tengo que estar dando explicaciones?” El cantante contabiliza lugares y teoriza. “Camino por Quilmes y nadie me pide una explicación. Camino por Lugano 1 y 2, y tampoco. Por Merlo, nadie. Por Piedra Buena, menos. Por ahí los que bardean son tipos que les molesta que yo diga que escucho tango o cumbia. Nenes bien que se hacen los rebeldes y la juegan a ser rockeros. Pero que antes no aparecían nunca.”
A simple vista, la discoteca de Toti podría catalogarse bajo tres grandes bandos: Rolling Stones, rock nacional (Calamaro, Charly García, bandas amigas) y cumbia, preferentemente santafesina, que juntan un pilón enorme que en algún momento llegará al techo. “La gente piensa que son todos temas culito pa’quí, culito pa’llá, y no es así. Te puedo mostrar diez canciones que hablan de presos, de que se le muere la madre, muy tangueras. Soy un entendido en serio”, se entusiasma. “La otra vez fui a Pasión de sábado a saludar y aparecí en cámaras. No me da vergüenza.”
–¿Es cierto que una vez tocaron con Leo García en la tele?
–Sí (risas). Lo conocimos una noche en un boliche y a partir de ahí nos cruzamos un par de veces. La última fue para Navidad, en un programa de Canal 7 que se llama Chicos argentinos. Terminamos tocando juntos. Nos contó que hace temas nuestros en sus recitales y hasta nos invitó a tocar. Lástima que teníamos fecha en Quilmes... ¡si no, hubiera ido! Cómo no voy a ir, si el chabón nos invita a comer a su casa, se brinda siempre con nosotros.
Cultura de la incultura
¿Qué pasa por la cabeza y el corazón del último líder carismático que dio el rock barrial? Para algunos, nada. Para otros, el testimonio sin anestesia de la vida tóxica y desamparada del rock. “El 98 por ciento de mis letras son reales”, repite Toti en cada entrevista. El punto de partida es el espíritu adolescente. “Trato de pensar tal como cuando era más chico. Trato de acordarme de qué era lo que me gustaba, y también escuchar mucho a mis amigos. No quiero perder eso.”
–Algunos plantean que Jóvenes y otras bandas del estilo encarnan la incultura del rock...
-Hay periodistas a los que no les gustan las bandas de esta generación, de Viejas Locas para acá. Y no sé por qué. Para mí, no dejamos de ser movimientos que expresamos cosas que la gente responde y si se hace cargo es porque algo está pasando. Que no lo quieran ver es otra cosa.
En un reportaje para el sitio El Acople.com, el cantante lo ejemplificó de esta manera: “Alguien como Mirtha Legrand también es inculta de una cultura. Porque vos a Mirtha le decís: ‘Che, rescatate un poco con la pibita que se tomó un viaje’. Y la vieja no entiende nada. Eso es cultura también”.
–En la movida barrial son minoría los cantantes que animan al público desde su costado más teatral. ¿Coincidís con que Jóvenes Pordioseros recupera el show de los cantantes en los recitales?
–Sí, yo flasheo con eso, con el cantante que va de acá para allá. De chico admiraba obviamente a Mick Jagger, pero también a Steven Tyler (Aerosmith) y Axl Rose (Guns’n’Roses). El otro día vi Velvet Revolver en River y Scott Weiland me voló la cabeza. Es un grosso el chabón. Y mirá que al principio no me cabía mucho porque lo había bardeado un par de veces a Axl. ¡Pero cómo se mueve!
–¿Y de acá? ¿Tenés algún showman que admires?
–Sí, me parece que uno de los showman más grandes que tenemos, que disfruto mucho cuando lo veo, es Andrés Ciro de Los Piojos. Me parece increíble. Me dijeron que el chabón sabe expresión corporal. No sé si será verdad o no, pero lo que hace me parece buenísimo. Tiene un nivel que a mí me mata cuando lo veo. Y mirá que no soy de escuchar mucho sus discos, pero me parece que en vivo es un ejemplo a seguir.
–Pity partió del rocanrol y llegó a la libertad de géneros en Intoxicados. ¿Imaginan recorrido parecido para Jóvenes Pordioseros?
-Sí, totalmente; lo que pasa es que son momentos de la banda. Lo tenemos que sentir. Nosotros hicimos una versión punk del Himno Nacional que la estuvimos tocando un tiempo, después la dejamos de tocar, de vagos. Yo encima soy un flashero, escucho un tango y ya quiero ir a la sala y tocarlo.
Toti cuenta que empezó a escuchar tango cuando era ayudante de albañil. “Ponía a Julio Sosa a la mañana y me enganchaba con las letras, a morir. Por suerte empecé de pendejo. Porque, si no, necesitás de un padre o de un abuelo para conocerlo.”
–En un momento, durante el festival en la Oculta, le pediste a un programa de TV que no te mostraran muy quebrado porque, si no, tu vieja se preocupaba. ¿Y tu viejo?
–No tengo viejo. Se separó de mi vieja cuando yo tenía tres meses. Se fue a Canadá y no lo volví a ver hasta los 18. Nunca nos llamó para ver si necesitábamos algo. Y menos mal. Si aparece, lo saludo. Pero nada más.
–¿Y cómo fue conocerlo?
–Se me fue de las manos, un shock. Pero me duró un día, nada más. Estoy seguro de que si de guacho fui medio atrevido en el colegio, es un poco porque el chabón no estaba. Capaz que, si no, hoy ni siquiera tendría una banda de rock. Entonces a veces pienso ‘mejor que no tuve viejo’...
–¿Se enteró de que estás al frente de una banda?
–Sí, porque sus hermanos siguen a Jóvenes y vienen con mis primitos. Con ellos tengo la mejor. ¡Si no me abandonaron! (Risas) Igual, esto lo digo en chiste. Si no, va a parecer que estoy re-resentido. Nunca sentí la falta de mi viejo porque nunca lo tuve. No sé lo que es perderlo.
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