A 23 años de la muerte de Joey: por qué Ramone y otras curiosidades del rey del punk

Su traumática infancia. El bullying en la escuela. Su precaria salud. La redención a través del rock y el por qué de su nombre. La idolatría en Argentina y los 20 años sin hablar con el guitarrista Johnny Ramone. Jeffrey Ross Hyman, conocido como Joey Ramone, nació el 19 de mayo de 1951 en el seno de una familia judía de Forest Hills, Queens, Nueva York, hace hoy 73 años. Un dato que pocos conocen, es que al nacer, tenía un teratoma adosado a la columna vertebral, por unfeto de un gemelo que no había terminado de desarrollarse. Se lo removieron con una cirugía. Pero nunca dejó de tener problemas físicos y psicológicos por aquel tumor extraño. Los seguidores de Ramones -banda pionera de punk rock que Joey integró entre 1974 y 1996 Jeffrey era un muchacho introvertido y solitario, de 1 metro 98, flaco y desgarbado, ojos miopes saltones, anteojos de muchísimas dioptrías y dentadura asimétrica. La futura estrella estudió en el Forest Hills High School, donde sufria bullying. Sus padres se

Alta fidelidad. El príncipe ha muerto: el punk también

 

Alta fidelidad. El príncipe ha muerto: el punk también

Diálogo entre Morrissey y Delon en "The Queen is Dead"
https://www.lanacion.com.ar/cultura/alta-fidelidad-el-principe-ha-muerto-el-punk-tambien-nid11042021/
 

Con las noticias del desayuno llegan imágenes de un enlutado palacio de Buckingham al que se arriman en racimos unos pocos para llorar a Felipe, Duque de Edimburgo, esposo de la interminable Reina Isabel II, quien ha muerto el viernes a los 99 años. En lugar de sobrecargar las imágenes con descripciones ociosas y aventurar un zócalo-hit tal como “El pueblo inglés llora” los productores harían bien en recurrir a escenas de The Crown, la serie sobre la casa real británica en la que la vida del longevo príncipe consorte que permaneció 70 años al lado de Isabel adquirió el protagonismo que la realeza nunca le dio. ¿Qué será eso que el zócalo afirma como “pueblo inglés” en 2021? ¿Entran en esa entelequia los jeques árabes y oligarcas rusos que convirtieron Londres en una hipérbole inmobiliaria? ¿Los inmigrantes que alimentaban la economía de servicios que el Brexit puso al borde de la cornisa? ¿Y los que el 8 de abril de 2013 salieron a festejar la muerte de Margaret Thatcher con pancartas que decían “La bruja ha muerto”, serán también este pueblo inglés afligido del noticiero argentino? Las imágenes son acompasadas por un piano sobrio, solemne, como si fuera un luto global de rigor. Es imposible no pensar como se verían estas mismas vistas de Buckingham sonorizadas con el irreductible “God save the Queen” de Sex Pistols que, editado el mismo año 1977 del jubileo de Isabel, llevó el vúmetro de la cultura pop al punto rojo de su saturación como expresión política.

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Casi diez años después, The Smiths, que a diferencia de la escatología punk eligieron el nombre inglés más común y plebeyo posible, editaron su mejor opus llamado nada menos que “The Queen is Dead” (La Reina está muerta). La tapa diseñada por el mismo Morrissey se basaba en una fotograma de Alain Delon en la película francesa L’insoumis (Tengo derecho a matar, Alain Cavalier, 1964) y el iconoclasta nombre del álbum había salido de un capítulo del best seller Last exit to Brooklyn de Hubert Selby, jr. El álbum que había llegado a la noche dark de Buenos Aires vía “Bigmouth strikes again” (de lo más raro que se haya bailado en una disco) abría con la canción homónima donde el riff anfetamínico que desencadenaba el anti-himno punk de los Pistols era reemplazado por un fragmento de la película inglesa The L-shaped room (1962) seguido de un ataque de tambores tocado por Mike Joyce, un Gene Kruppa de sweater raído. Los versos de Morrissey le devolvían a los Sex Pistols el espesor literario que arrastraban como concepto: sombras chinescas de (los personajes) de Dickens proyectadas por David Bowie. Así con esa voz de dandy misántropo se le oía cantar: “Adiós a las marismas siniestras de esta tierra/está encerrada como un jabalí entre arqueros/su gran Bajeza con su cabeza en un cabestrillo/lo siento mucho pero suena maravilloso/Yo digo: Charles, ¿nunca anhelas aparecer en la portada del Daily Mail, vestido con el velo de novia de tu madre? O hacían referencia a Michael Fagin, el plebeyo que franqueó la seguridad de Buckingham en 1982 para tener un tete a tete con Isabel (y que le da a The Crown uno de sus mejores capítulos). Pero el núcleo de “The Queen is dead” estaba cifrado en estas palabras capaces de perforar el rígido sistema de clases británico: “Entonces revisé todos los hechos históricos registrados/y me impacto la vergüenza al descubrir como soy el decimoctavo descendiente pálido de una u otra vieja reina/¿El mundo ha cambiado o yo cambié?/¿El mundo ha cambiado o yo cambié?”.

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Está visto que ni los Pistols ni los Smiths mataron a la Reina y que su consorte vivió una vida por demás larga. Pero la influencia del punk ha sido notoria en aspectos tan diversos como la moda (Madonna no hubiera sido lo que fue sin Vivienne Westwood) y el arte contemporáneo (Damien Hirst dedicó toda una instalación de escaparates farmacéuticos a Never Mind The Bollocks, el único y definitivo álbum de Sex Pistols y también obra de arte conceptual industrializada). Pero la idea de música y revolución ha sido acaso sobreestimada. El disparo suicida de Kurt Cobain en 1994 quedó en ese sentido como el último ruido posible por hacer. Ahora, en la tanda del noticiero que dice eso de que el “pueblo inglés llora” suena un jingle en modo Ramones (la estandarización absoluta de una subcultura) aplicable a una pomada que se usa para evitar que los bebés se paspen. Así las cosas en la punkdemia.

Fernando García


 

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