Black Francis considera que es mejor no tomarse muy en serio a Pixies La banda que admiraba Kurt Cobain publica un nuevo disco, “The Night the Zombies Came” y su líder dice que es vulgar “hablar sobre nosotros mismos, si somos importantes o lo que sea, solo porque sí” Por Maria Sherman Muertos vivos, restaurantes suburbanos con temática medieval, un centro comercial. Druidismo, pollos decapitados, renacimiento. Iglesia, matanza de ovejas, ciencia ficción. Estos son algunos, no todos, de los temas tratados en el décimo álbum de estudio de Pixies, The Night the Zombies Came. Una colección caleidoscópica de 13 canciones —su primer álbum con la nueva bajista Emma Richardson— que oscila entre el folk, el punk, la psicodelia y de vuelta, sin encajar nunca en una fórmula particular. En realidad, The Night the Zombies Came se desarrolla como una película: cada canción es una pequeña viñeta. El líder y artista visual Black Francis, nacido Charles Thompson, dice que eso se manifiesta espec...
Alta fidelidad. El príncipe ha muerto: el punk también
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Alta fidelidad. El príncipe ha muerto: el punk también
Con las noticias del desayuno
llegan imágenes de un enlutado palacio de Buckingham al que se arriman
en racimos unos pocos para llorar a Felipe, Duque de Edimburgo, esposo
de la interminable Reina Isabel II, quien ha muerto el viernes a los 99
años. En lugar de sobrecargar las imágenes con descripciones ociosas y
aventurar un zócalo-hit tal como “El pueblo inglés llora” los
productores harían bien en recurrir a escenas de The Crown, la
serie sobre la casa real británica en la que la vida del longevo
príncipe consorte que permaneció 70 años al lado de Isabel adquirió el
protagonismo que la realeza nunca le dio. ¿Qué será eso que el zócalo
afirma como “pueblo inglés” en 2021? ¿Entran en esa entelequia los
jeques árabes y oligarcas rusos que convirtieron Londres en una
hipérbole inmobiliaria? ¿Los inmigrantes que alimentaban la economía de
servicios que el Brexit puso al borde de la cornisa? ¿Y los que el 8 de
abril de 2013 salieron a festejar la muerte de Margaret Thatcher con
pancartas que decían “La bruja ha muerto”, serán también este pueblo
inglés afligido del noticiero argentino? Las imágenes son acompasadas
por un piano sobrio, solemne, como si fuera un luto global de rigor. Es
imposible no pensar como se verían estas mismas vistas de Buckingham
sonorizadas con el irreductible “God save the Queen” de Sex Pistols que,
editado el mismo año 1977 del jubileo de Isabel, llevó el vúmetro de la
cultura pop al punto rojo de su saturación como expresión política.
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Casi
diez años después, The Smiths, que a diferencia de la escatología punk
eligieron el nombre inglés más común y plebeyo posible, editaron su
mejor opus llamado nada menos que “The Queen is Dead” (La Reina está
muerta). La tapa diseñada por el mismo Morrissey se basaba en una
fotograma de Alain Delon en la película francesa L’insoumis (Tengo derecho a matar, Alain Cavalier, 1964) y el iconoclasta nombre del álbum había salido de un capítulo del best seller Last exit to Brooklyn
de Hubert Selby, jr. El álbum que había llegado a la noche dark de
Buenos Aires vía “Bigmouth strikes again” (de lo más raro que se haya
bailado en una disco) abría con la canción homónima donde el riff
anfetamínico que desencadenaba el anti-himno punk de los Pistols era
reemplazado por un fragmento de la película inglesa The L-shaped room
(1962) seguido de un ataque de tambores tocado por Mike Joyce, un Gene
Kruppa de sweater raído. Los versos de Morrissey le devolvían a los Sex
Pistols el espesor literario que arrastraban como concepto: sombras
chinescas de (los personajes) de Dickens proyectadas por David Bowie.
Así con esa voz de dandy misántropo se le oía cantar: “Adiós a las
marismas siniestras de esta tierra/está encerrada como un jabalí entre
arqueros/su gran Bajeza con su cabeza en un cabestrillo/lo siento mucho
pero suena maravilloso/Yo digo: Charles, ¿nunca anhelas aparecer en la
portada del Daily Mail, vestido con el velo de novia de tu
madre? O hacían referencia a Michael Fagin, el plebeyo que franqueó la
seguridad de Buckingham en 1982 para tener un tete a tete con Isabel (y que le da a The Crown
uno de sus mejores capítulos). Pero el núcleo de “The Queen is dead”
estaba cifrado en estas palabras capaces de perforar el rígido sistema
de clases británico: “Entonces revisé todos los hechos históricos
registrados/y me impacto la vergüenza al descubrir como soy el
decimoctavo descendiente pálido de una u otra vieja reina/¿El mundo ha
cambiado o yo cambié?/¿El mundo ha cambiado o yo cambié?”.
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Está
visto que ni los Pistols ni los Smiths mataron a la Reina y que su
consorte vivió una vida por demás larga. Pero la influencia del punk ha
sido notoria en aspectos tan diversos como la moda (Madonna no hubiera
sido lo que fue sin Vivienne Westwood) y el arte contemporáneo (Damien
Hirst dedicó toda una instalación de escaparates farmacéuticos a Never Mind The Bollocks,
el único y definitivo álbum de Sex Pistols y también obra de arte
conceptual industrializada). Pero la idea de música y revolución ha sido
acaso sobreestimada. El disparo suicida de Kurt Cobain en 1994 quedó en
ese sentido como el último ruido posible por hacer. Ahora, en la tanda
del noticiero que dice eso de que el “pueblo inglés llora” suena un
jingle en modo Ramones (la estandarización absoluta de una subcultura)
aplicable a una pomada que se usa para evitar que los bebés se paspen.
Así las cosas en la punkdemia.
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