Luis Gribaldo era uno de los integrantes históricos de la banda del fallecido cantante "Ricky" Espinosa. En una filmación hecha por sus seguidores, afirma que el Presidente es anarquista e insulta a Perón y al kirchnerismo. https://youtube.com/shorts/ivRfn_KX-eQ?si=MXfD8_5n-7-U_tpx La nueva grieta entre quienes apoyan las políticas del presidente Javier Milei causó una inesperada división entre los integrantes de una histórica banda de punk rock argentino. Se trata de Flema, el grupo que supo liderar el fallecido cantante Ricky Espinosa, que continúa con alguno de sus miembros en la actualidad. El guitarrista Luis Gribaldo, más conocido como Luichi fue expulsado de la banda luego que se viralizara un polémico video de él, donde se lo puede ver en estado de ebriedad, entre gritos e insultos, apoyando a Milei. En el video también se ve cómo un hombre le ofrece cocaína a una chica que está con el grupo que discute con el músico. "Aguante Milei", grita el hombre a unos...
Nathy Peluso
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Nathy Peluso: cómo construyó una carrera al borde de la fantasía
Todo parece excesivo para Nathy
Peluso menos el control de su propia carrera: quiere englobar a todas
las latinas y llevar al límite el buen gusto mientras le perrean el
corazón en igual medida que la cuestionan
La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los 2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.
Si esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado. Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada. “La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y larga la carcajada.
Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”,
que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella
tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito
de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años,
tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que
nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a
España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la
pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que
pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su
país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas.
Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad
Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a
España, triunfante, como profeta en su tierra.
Otra
escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo
el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la
noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con
el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las
plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en
YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió
en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su
lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su
deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session
con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó
sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no
plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.
Último corte. En la cúpula del Centro
Cultural Kirchner se graba en vivo la participación en los Grammy
Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo sobre un piano blanco y ella
aparece como en una escena de Flashdance, con mallas y calzas
color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel sobre el parquet.
Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la versión tanguera
de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa Salvaje, el estudio
del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción, que es parte de su
segundo disco, Calambre, cruza las fronteras generacionales y
de su repertorio es la que más les gusta a los rockeros. “Ella es una
artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone.
“Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin
miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está
permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A
Nathy ya la conocen todos.
Pero,
¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una
joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos
caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y
lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”,
canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le
siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se
convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas
afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y
acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son
algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una
canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su
relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia,
todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes
de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o
marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo
mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que
encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas
que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de
opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos
límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser
endiosada de manera constante y en simultáneo.
La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso
escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del
sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto
no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira
sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que
reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce
mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva
estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado
anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite
varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los
2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre
media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un
par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su
imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la
sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business
woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la
tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.
Si
esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría
un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de
subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde
está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que
terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado.
Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que
mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el
colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B
lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada.
“La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a
imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una
mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y
larga la carcajada.
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Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”,
que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella
tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito
de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años,
tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que
nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a
España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la
pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que
pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su
país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas.
Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad
Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a
España, triunfante, como profeta en su tierra.
Otra
escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo
el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la
noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con
el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las
plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en
YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió
en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su
lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su
deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session
con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó
sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no
plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito
mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.
Último
corte. En la cúpula del Centro Cultural Kirchner se graba en vivo la
participación en los Grammy Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo
sobre un piano blanco y ella aparece como en una escena de Flashdance,
con mallas y calzas color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel
sobre el parquet. Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la
versión tanguera de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa
Salvaje, el estudio del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción,
que es parte de su segundo disco, Calambre, cruza las fronteras
generacionales y de su repertorio es la que más les gusta a los
rockeros. “Ella es una artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone.
“Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin
miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está
permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A
Nathy ya la conocen todos.
Pero,
¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una
joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos
caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y
lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”,
canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le
siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se
convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas
afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y
acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son
algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una
canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su
relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia,
todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes
de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o
marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo
mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que
encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas
que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de
opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos
límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser
endiosada de manera constante y en simultáneo.
Baja con cara de cansada del loft que está alquilando por unos días en Recoleta.
Cada vez viene por más tiempo a trabajar a Buenos Aires, aunque su
contacto con Argentina parece haber estado suspendido durante su niñez y
adolescencia. Habla como porteña, vosea, dice “viste”, alarga las eses y
mete algún “boludo”. Son las once de la mañana de un domingo caluroso
de febrero, tarda bastante pero baja. “Perdón, me quedé trabajando hasta
muy tarde”, dice, y se vuelve a disculpar porque va a poner música
desde su teléfono para relajarse. Está estresada por la agenda del día.
En el viaje nos enteramos de la muerte del expresidente Carlos Menem,
googlea su cara, como si no la tuviera presente, “qué barba más rara”,
dice ante las clásicas patillas noventeras del riojano. Suena
“Llorarás”, de uno de los máximos referentes de la salsa, el venezolano
Oscar D’León. La playlist de música caribeña va a sonar por las
siguientes ocho horas, no importa dónde esté o si hay otra música
ambiente. Fuera del personaje, Nathy es Natalia Peluso. Tiene el pelo
planchado y luce como una chica de barrio, nadie la reconoce. Como una
boxeadora, va tomando agua mineral con una bombilla gruesa que parece
una manguera, y hace burbujas dentro de la botella. La Session #36 con
Bizarrap es un éxito mundial y su disco Calambre gana críticas positivas
y escuchas de parte del público, pero ella no parece sorprendida. Habla
con un discurso de seguridad como si todo lo que le pasara fuera el
único resultado posible de su disciplina de trabajo.
“Mi
carrera se viene fraguando desde que soy muy chiquita y fue algo
premeditado”, dice en la camioneta que nos lleva al café de Núñez. Cada
tanto pispea para afuera y pregunta dónde estamos y dice qué linda esta
zona tan arbolada. Creció en Saavedra y, aunque afirma no tener muchos
recuerdos, cuenta de su perseverancia para agarrar la sortija de la
calesita y seguir dando vueltas, de la casa de pastas donde su mamá
compraba los ravioles y los ñoquis de colores, de algunas cuadras que
caminaban todos los días. En su casa había discos y más discos, sus
padres escuchaban tangos, boleros, rock nacional, y música de todas
partes del mundo. “Una vez hicimos un viaje a Brasil y flasheamos con la
música, yo era chiquita pero me acuerdo. Caetano Veloso y João Gilberto
fueron muy importantes para mí”. En 2004, cuando ella tenía 10 años, su
papá, un psicólogo que nunca ejerció y que trabajaba en YPF, y su mamá
decidieron emigrar a España con ella y su hermana seis años menor.
La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso
escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del
sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto
no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira
sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que
reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce
mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva
estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado
anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite
varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los
2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre
media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un
par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su
imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la
sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business
woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la
tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.
Si
esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría
un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de
subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde
está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que
terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado.
Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que
mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el
colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B
lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada.
“La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a
imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una
mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y
larga la carcajada.
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La tapa de la edición de abril de Rolling StoneInés Auquer
Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”,
que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella
tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito
de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años,
tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que
nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a
España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la
pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que
pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su
país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas.
Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad
Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a
España, triunfante, como profeta en su tierra.
Otra
escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo
el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la
noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con
el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las
plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en
YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió
en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su
lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su
deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session
con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó
sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no
plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito
mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.
Último
corte. En la cúpula del Centro Cultural Kirchner se graba en vivo la
participación en los Grammy Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo
sobre un piano blanco y ella aparece como en una escena de Flashdance,
con mallas y calzas color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel
sobre el parquet. Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la
versión tanguera de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa
Salvaje, el estudio del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción,
que es parte de su segundo disco, Calambre, cruza las fronteras
generacionales y de su repertorio es la que más les gusta a los
rockeros. “Ella es una artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone.
“Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin
miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está
permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A
Nathy ya la conocen todos.
Pero,
¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una
joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos
caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y
lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”,
canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le
siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se
convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas
afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y
acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son
algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una
canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su
relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia,
todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes
de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o
marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo
mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que
encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas
que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de
opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos
límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser
endiosada de manera constante y en simultáneo.
Baja con cara de cansada del loft que está alquilando por unos días en Recoleta.
Cada vez viene por más tiempo a trabajar a Buenos Aires, aunque su
contacto con Argentina parece haber estado suspendido durante su niñez y
adolescencia. Habla como porteña, vosea, dice “viste”, alarga las eses y
mete algún “boludo”. Son las once de la mañana de un domingo caluroso
de febrero, tarda bastante pero baja. “Perdón, me quedé trabajando hasta
muy tarde”, dice, y se vuelve a disculpar porque va a poner música
desde su teléfono para relajarse. Está estresada por la agenda del día.
En el viaje nos enteramos de la muerte del expresidente Carlos Menem,
googlea su cara, como si no la tuviera presente, “qué barba más rara”,
dice ante las clásicas patillas noventeras del riojano. Suena
“Llorarás”, de uno de los máximos referentes de la salsa, el venezolano
Oscar D’León. La playlist de música caribeña va a sonar por las
siguientes ocho horas, no importa dónde esté o si hay otra música
ambiente. Fuera del personaje, Nathy es Natalia Peluso. Tiene el pelo
planchado y luce como una chica de barrio, nadie la reconoce. Como una
boxeadora, va tomando agua mineral con una bombilla gruesa que parece
una manguera, y hace burbujas dentro de la botella. La Session #36 con
Bizarrap es un éxito mundial y su disco Calambre gana críticas positivas
y escuchas de parte del público, pero ella no parece sorprendida. Habla
con un discurso de seguridad como si todo lo que le pasara fuera el
único resultado posible de su disciplina de trabajo.
“Mi
carrera se viene fraguando desde que soy muy chiquita y fue algo
premeditado”, dice en la camioneta que nos lleva al café de Núñez. Cada
tanto pispea para afuera y pregunta dónde estamos y dice qué linda esta
zona tan arbolada. Creció en Saavedra y, aunque afirma no tener muchos
recuerdos, cuenta de su perseverancia para agarrar la sortija de la
calesita y seguir dando vueltas, de la casa de pastas donde su mamá
compraba los ravioles y los ñoquis de colores, de algunas cuadras que
caminaban todos los días. En su casa había discos y más discos, sus
padres escuchaban tangos, boleros, rock nacional, y música de todas
partes del mundo. “Una vez hicimos un viaje a Brasil y flasheamos con la
música, yo era chiquita pero me acuerdo. Caetano Veloso y João Gilberto
fueron muy importantes para mí”. En 2004, cuando ella tenía 10 años, su
papá, un psicólogo que nunca ejerció y que trabajaba en YPF, y su mamá
decidieron emigrar a España con ella y su hermana seis años menor.
“Para
conservar mi historia más íntima te lo voy a resumir”, y así adelanta
que el control lo va a tener siempre ella, que todas las respuestas ya
las tiene pensadas. “Fuimos probando suerte por distintas provincias de
España hasta que yo me enraicé cultural y vitalmente cuando pude irme a
Madrid, ahí hice mi carrera y empecé con mi proyecto seriamente, para mí
esa es la ciudad que me dio la oportunidad”. Pero antes de eso estudió.
Primero fue Comunicación Audiovisual en Murcia, una ciudad
universitaria en el sureste de España. De esa época se puede ver en
YouTube el video de su canción “Tu raíz”. Natalia está en un monte con
unos compañeros de la facultad, uno con la guitarra acústica y otro que
la acompaña con una percusión. Es una canción de reggae de su época de
cantautora, cuando componía con guitarra y ahí se puede ver el germen de
su forma de cantar, un tímido rapeo, unas partes en inglés, y lo
teatral en su rostro de adolescente. Es Murcia pero podría ser Tilcara.
Su look de falda larga y pelo natural hasta la cintura es el típico de
jovencita que está en la facultad y podría ser la de Filosofía y Letras
de la UBA, aunque no. “Ves, no fue de un día para el otro”, dice. El
video es de 2014 y hay otros de esa época en su canal: ejercicios de
canto, covers de Ella Fitzgerald, Patsy Cline, Ray Charles.
La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso
escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del
sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto
no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira
sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que
reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce
mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva
estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado
anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite
varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los
2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre
media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un
par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su
imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la
sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business
woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la
tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.
Si
esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría
un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de
subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde
está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que
terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado.
Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que
mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el
colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B
lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada.
“La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a
imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una
mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y
larga la carcajada.
Ads by
La tapa de la edición de abril de Rolling StoneInés Auquer
Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”,
que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella
tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito
de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años,
tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que
nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a
España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la
pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que
pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su
país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas.
Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad
Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a
España, triunfante, como profeta en su tierra.
Otra
escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo
el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la
noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con
el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las
plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en
YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió
en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su
lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su
deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session
con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó
sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no
plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito
mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.
Último
corte. En la cúpula del Centro Cultural Kirchner se graba en vivo la
participación en los Grammy Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo
sobre un piano blanco y ella aparece como en una escena de Flashdance,
con mallas y calzas color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel
sobre el parquet. Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la
versión tanguera de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa
Salvaje, el estudio del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción,
que es parte de su segundo disco, Calambre, cruza las fronteras
generacionales y de su repertorio es la que más les gusta a los
rockeros. “Ella es una artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone.
“Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin
miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está
permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A
Nathy ya la conocen todos.
Pero,
¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una
joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos
caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y
lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”,
canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le
siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se
convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas
afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y
acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son
algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una
canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su
relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia,
todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes
de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o
marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo
mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que
encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas
que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de
opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos
límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser
endiosada de manera constante y en simultáneo.
Baja con cara de cansada del loft que está alquilando por unos días en Recoleta.
Cada vez viene por más tiempo a trabajar a Buenos Aires, aunque su
contacto con Argentina parece haber estado suspendido durante su niñez y
adolescencia. Habla como porteña, vosea, dice “viste”, alarga las eses y
mete algún “boludo”. Son las once de la mañana de un domingo caluroso
de febrero, tarda bastante pero baja. “Perdón, me quedé trabajando hasta
muy tarde”, dice, y se vuelve a disculpar porque va a poner música
desde su teléfono para relajarse. Está estresada por la agenda del día.
En el viaje nos enteramos de la muerte del expresidente Carlos Menem,
googlea su cara, como si no la tuviera presente, “qué barba más rara”,
dice ante las clásicas patillas noventeras del riojano. Suena
“Llorarás”, de uno de los máximos referentes de la salsa, el venezolano
Oscar D’León. La playlist de música caribeña va a sonar por las
siguientes ocho horas, no importa dónde esté o si hay otra música
ambiente. Fuera del personaje, Nathy es Natalia Peluso. Tiene el pelo
planchado y luce como una chica de barrio, nadie la reconoce. Como una
boxeadora, va tomando agua mineral con una bombilla gruesa que parece
una manguera, y hace burbujas dentro de la botella. La Session #36 con
Bizarrap es un éxito mundial y su disco Calambre gana críticas positivas
y escuchas de parte del público, pero ella no parece sorprendida. Habla
con un discurso de seguridad como si todo lo que le pasara fuera el
único resultado posible de su disciplina de trabajo.
“Mi
carrera se viene fraguando desde que soy muy chiquita y fue algo
premeditado”, dice en la camioneta que nos lleva al café de Núñez. Cada
tanto pispea para afuera y pregunta dónde estamos y dice qué linda esta
zona tan arbolada. Creció en Saavedra y, aunque afirma no tener muchos
recuerdos, cuenta de su perseverancia para agarrar la sortija de la
calesita y seguir dando vueltas, de la casa de pastas donde su mamá
compraba los ravioles y los ñoquis de colores, de algunas cuadras que
caminaban todos los días. En su casa había discos y más discos, sus
padres escuchaban tangos, boleros, rock nacional, y música de todas
partes del mundo. “Una vez hicimos un viaje a Brasil y flasheamos con la
música, yo era chiquita pero me acuerdo. Caetano Veloso y João Gilberto
fueron muy importantes para mí”. En 2004, cuando ella tenía 10 años, su
papá, un psicólogo que nunca ejerció y que trabajaba en YPF, y su mamá
decidieron emigrar a España con ella y su hermana seis años menor.
“Para
conservar mi historia más íntima te lo voy a resumir”, y así adelanta
que el control lo va a tener siempre ella, que todas las respuestas ya
las tiene pensadas. “Fuimos probando suerte por distintas provincias de
España hasta que yo me enraicé cultural y vitalmente cuando pude irme a
Madrid, ahí hice mi carrera y empecé con mi proyecto seriamente, para mí
esa es la ciudad que me dio la oportunidad”. Pero antes de eso estudió.
Primero fue Comunicación Audiovisual en Murcia, una ciudad
universitaria en el sureste de España. De esa época se puede ver en
YouTube el video de su canción “Tu raíz”. Natalia está en un monte con
unos compañeros de la facultad, uno con la guitarra acústica y otro que
la acompaña con una percusión. Es una canción de reggae de su época de
cantautora, cuando componía con guitarra y ahí se puede ver el germen de
su forma de cantar, un tímido rapeo, unas partes en inglés, y lo
teatral en su rostro de adolescente. Es Murcia pero podría ser Tilcara.
Su look de falda larga y pelo natural hasta la cintura es el típico de
jovencita que está en la facultad y podría ser la de Filosofía y Letras
de la UBA, aunque no. “Ves, no fue de un día para el otro”, dice. El
video es de 2014 y hay otros de esa época en su canal: ejercicios de
canto, covers de Ella Fitzgerald, Patsy Cline, Ray Charles.
Se
equivocó con esa carrera, y se fue a vivir a Madrid a estudiar
Pedagogía de las Artes Visuales y la Danza en la Universidad Rey Juan
Carlos, lo que ella llama “teatro físico”. Natalia pensaba que esa
carrera le iba a permitir tener una vida artística con una buena salida
laboral como docente, pero rápidamente todo cambió. Para pagarse los
estudios, que no llegó a terminar porque se hizo conocida antes,
trabajaba cantando en hoteles y restaurantes. “Sin saberlo ahí ya me
estaba instruyendo a mí misma, mi presencia, mis dinámicas en el
escenario. Fue muy sacrificado, eran muchas horas arriba de unos tacos,
me hacían vestirme sexy, era muy incómodo. Ahí yo medio me curtí, y
luego la carrera es fundamental porque ahí desarrollo mi máximo
potencial individual”. Habla de lo orgánico, de la pureza artística, de
su niña interior, y de cómo esa carrera fue crucial para proyectar la
seguridad que ya tenía.
“Es de las
pocas formaciones que tuve, siempre fui muy autodidacta”, y cuenta que
nunca tomó clases de canto, aunque sí participó de un coro. “Yo soy mi
propia maestra, me aprendo a mí misma, no hay nadie mejor, me doy cuenta
de lo que me funciona. Hay muchos maestros en la vida, para mí el
escenario es un maestro, hacer una gira de 200 shows me curtió más que
cualquier clase”.
En Madrid, la ciudad
del agite, como le dice ella, se juntó con una crew de raperos con
quienes empezó a probar algunas cosas, un flow que había adquirido
cuando escribía poesía instantánea con una máquina de escribir Olivetti
en la calle y en el subte. Así se ganaba unos euros: la gente le daba
una palabra y ella le vendía un poema que le surgía en el momento. “Con
eso yo me di cuenta de que era super buena escribiendo en verso, y a mí
siempre me había gustado el hip-hop pero nunca me había planteado ser
rapera, para nada. Empecé a jugar con mis versos, a improvisar sobre
bases bastante low-fi de Internet y me di cuenta de que era buena”. Eso
la llevó a conectarse con algunos productores, a armar sus propias
canciones, como “Trenzas bolivianas” o “Keomumu”, que están subidas en
su canal de YouTube, y que son canciones muy independientes. “Las
producía con palitos y ramitas, luego ya supe para dónde quería ir y me
empezó a producir otra gente”.
La
primera canción conocida fue “Esmeralda”, que tiene ese video
pulpfictioano donde está rapeando en cámara lenta frente a un café y
sostiene un paraguas que la ilumina desde adentro, en un callejón
oscuro. Llamó la atención con su estilo de fraseo, su descaro en las
letras, su spanglish, entonces siguió probando, jugando con nuevas
canciones como “Sandía”, “Oreen Ishi” y “Alabame”, las recopiló todas y
sacó su primer disco en 2017. “Flasheaba una rarísima, pero me encanta”,
dice sobre esa primera Nathy Peluso, mientras mira los videos desde el
teléfono en la entrevista para su primera tapa de Rolling Stone. “Ese
fue como un salto al mainstream, muy chiquito, independiente, pero la
gente me conoció, me levanté la remera, un revuelo, en esa época había
un movimiento mucho más light en torno a la mujer, viste, parece que fue
hace mucho pero no fue hace tanto, fue hace 5 años, ¿puede ser? 4 o 5
años”. A los meses sacó “Corashe”.
‘La imagen y el gran pop son indisociables”, dice el crítico musical Mark Fisher.
Para él, los conceptos sin una representación sensual carecen de valor
tanto en el pop como en el arte, y Nathy de alguna forma lo sabe y lo
domina. Arriba del escenario Natalia Peluso se transforma en las mil
caras que ella le crea a Nathy Peluso. El 28 de noviembre de 2018, se
subía a su tercera fecha en Buenos Aires, tres miércoles seguidos de
agotar entradas. En el Abasto las pibas venían con el glitter y la
euforia de una marcha, pero iban a ver a su nueva estrella. Nathy pidió
que taparan todo el acceso al escenario del patio para aparecer desde el
medio sin ser vista, que la fantasía pop estallara ni bien saliera con
su vestido amarillo. Nathy sabe del artificio del pop. Bailó y cantó
como si no hubiera mañana. Una pierna la revoleó para allá y un brazo
para arriba, el culo parecía en modo centrifugado del lavarropas. Las
2.350 pibas gritaban “te hace falta corashe” y levantaban el pañuelo
verde que pedía por el aborto legal sobre la canción que se convirtió en
un himno casual de la generación más joven de feministas. Nathy llora,
como lo hizo en Niceto y en Groove durante la semana. “No tenía ni idea.
Me tiraron el pañuelo verde y lo levanté. Y no me voy a olvidar nunca
lo que sentí, fue un grito muy fuerte”, dice en el café de Núñez
mientras con la yema de los dedos agarra los cubiertos de plástico para
cortar el sándwich de palta sin palta. “Sí sabía de qué era, pero no era
consciente de la data que tenía adentro, sabía que representaba algo
pero no sabía el fenómeno que había atrás, de fuerza, la pasión que
conllevaba”. Sin el movimiento Ni una menos que nació en Argentina en
2015 y con el aborto legalizado desde 2010, en España no había una marea
verde como acá, el feminismo logró una masividad ese 2018 con las
huelgas por el 8M y más vinculado al #MeToo.
Nathy no planifica, dice ser una
catalizadora, una especie de comunicadora o mensajera de lo que su
público está sintiendo. Que escribe y canta sobre los mismos temas que
podría hablar con una amiga mientras toma mate en el living de su casa, y
pareciera que las discusiones sociales no llegan del todo a su radar.
Tampoco está tan al tanto de la música nueva o de los referentes que
aparecen, dice que trabaja todo el día y no tiene tiempo ni para hacerse
amigos nuevos ni para investigar mucho. No quiere perder la
concentración, está enfocada en el trabajo, en dar el mejor show
posible. Si su canción fue un himno de algo, no generó en ella una
curiosidad sobre el tema. “No, no investigué sobre el feminismo,
simplemente viví, lo disfruté. Nunca hice esa canción con ese objetivo…
pero aprendí un montón hablando, me empapé de mi público, equivocándome,
viendo lo que sentían las mujeres con mis letras, hablando con ellas,
siguiendo sus discursos. No soy una persona que se instruya de una
manera clásica, no soy una persona que le guste leer muchos libros, me
instruyo a través de la vida, esa es mi manera, mi filosofía. Me gusta
vivir y equivocarme y que alguien me corrija, y charlar, preguntar por
qué, argumentar, escupir, y ahí aprendo”.
“¿Tenés
miedo de equivocarte y que te cancelen?”, pregunto. Ella contesta
rápido, con naturalidad: “¿Qué es que te cancelen?”. Su respuesta me
toma por sorpresa e intento explicarle. Recuerdo una nota de 2019 en
Futurock donde Noelia Custodio le pregunta algo sobre las personas no
binaries y Nathy le pregunta qué es ser no binarie, a qué se refiere,
con la misma naturalidad. Tartamudeo con los ejemplos y le cuento que es
una nueva modalidad virtual donde los fans retiran su apoyo y les hacen
un vacío digital a las personas que incurren en alguna acción que pueda
ser leída como homo-transfóbica, racista, misógina, gordofóbica o
clasista. “¿Y por qué me cancelarían a mí?”, me responde. El aire
acondicionado está fuerte, pero siento el calor que genera explicarle
algo así a alguien que jamás escuchó hablar de esto, como cuando hay que
responder las preguntas sobre redes sociales de los padres. “Yo soy muy
respetuosa, siento que si una se guía por su instinto y bajo sus
principios, y si es respetuosa con lo que la rodea y no se va a la
mierda…”, dice pero se queda pensando. Yo también. Sigue: “El triunfo es
ejercer una carrera y recordar que somos humanos, que nos podemos
equivocar. O sea realmente hay que entender que los artistas tenemos
equivocaciones también, estamos aprendiendo. La gente es muy exigente.
Siempre va a haber alguien que lo entienda. A mí eso de que me dejen de
escuchar no me da miedo porque sé que no va a ocurrir, o sea porque sé
que mis principios son puros y que no tengo maldad, sé que hago esto por
amor y que es mi función en la vida. O sea, ojalá nunca pase, no me
gustaría, me pondría muy triste”.
Hay
una mención solapada a las críticas que recibe de manera constante por
el lenguaje que utiliza en su música y las personificaciones estéticas
en sus videos, lleno de modismos propios de Cuba, Puerto Rico, Estados
Unidos, Venezuela, como una coctelera idiomática-identitaria, que muchas
activistas reconocen como apropiación cultural, incluso algunas lo
llaman racismo. “Ahora ya no me importa, porque me di cuenta de cuál es
el discurso”, afirma sin dudar ante la pregunta sobre esos
cuestionamientos. “Esos argumentos no tienen mucho sentido porque
realmente soy latina y la apropiación cultural es algo que para mí es
limitante en el arte, porque la cultura es algo que –siempre que se haga
bajo el fundamento del respeto– me parece que hay que compartirla y hay
que aprenderla, hay que gritarla, hay que hacerla conocer para que no
quede solo bajo una frontera. La música es humana, es natural, convive y
se aprende, se fusiona. Es una pena, pero son discursos limitantes”,
dice en un speech que parece preparado para responder esa pregunta.
Sabe
y reconoce haberse equivocado en el pasado, “por ignorancia o
inocencia, pero ya rectifiqué y aprendí del discurso de mi público, así
como aprendí del feminismo, aprendí también de eso y de dónde están los
límites”. No lo menciona porque no quiere darle ruido, pero habla de
cuando publicó el video de “Natikillah” en 2019 y usó las clásicas
trenzas timini de la cultura afro. “Hago lo que hago porque me apasiona
la música y ya está, no pretendo más nada, si alguien se ofende es
porque quizás es malpensado. No me puedo hacer cargo de malpensar todas
las posibilidades que puede haber en el mundo con lo que yo haga, porque
si no no haría nada”.
Nathy dice que
se trata de personajes que se le aparecen a la hora de componer las
canciones, que es pura ficción, y que esas referencias, tanto en el
lenguaje como estéticas, vienen de todos sus consumos culturales: las
películas de Lynch, Tarantino y Almodóvar, las inflexiones en la voz de
las cantantes de jazz, de salsa y tango, del fashion y la moda, de todos
los acentos de sus amigos inmigrantes en España. La coctelera de links
que conforman a Natalia y que la ayudan a componer a sus múltiples
Nathys.
En 2004, el año en el que los
Peluso se fueron del país, según el Instituto Nacional de Estadística de
España, hubo 130.000 personas que emigraron desde Argentina, un número
en crecimiento desde la crisis de 2001. La cifra asciende a 1.219.000 de
personas si se tienen en cuenta los migrantes de Latinoamérica y el
Caribe. Como una familia de clase media trabajadora, los espacios de
socialización estaban llenos de latinos. “Cuando fuimos acabé en un
lugar donde había muchos inmigrantes, casi más que españoles, porque fue
una época en la que hubo una marea de inmigración de peruanos,
ecuatorianos, colombianos, boricuas y argentinos”.
La
joven Natalia aprendió a bailar salsa con un noviecito colombiano que
tenía de piba. Los latinos convivían con la gran masa de inmigrantes
rumanos que pueblan España, y en ese ambiente creció desde los 10 años
cuando con su familia decidieron probar suerte en el viejo continente.
“Todo eso me re influyó, fui a la escuela con todos latinos, casi ningún
español, y todo eso convive en mí como una belleza que yo amo, que me
pertenece, que es mi vida, son mis recuerdos y mi cultura”. El exilio,
en un punto, exacerba una idea de latinoamericanismo Uno de los
elementos más importantes para ella es la salsa y Cuba, aunque nunca fue
a la isla, pero sí la estudió con pasión en sus años de carrera
universitaria, con la profesora Alicia Alonso, bailarina cubana
internacional, los compañeros cubanos del coro, las maestras que tuvo en
la escuela. “Y también tuve a mis hombres cubanos, mis amoríos”, dice.
Ni bien apoyó un pie en el set para la tapa de Rolling Stone, Nathy cambió totalmente.
La salsa seguía sonando pero esta vez desde un parlante y ella evaluaba
todas las propuestas de vestuario, maquillaje, y peinado con estricto
criterio. “Esto es demasiado femenino”, descartaba. “Esto puede ser”, y
se lo probaba. No quería que la vieran, quería decidir sola, sin
interrupciones. Ya frente a la cámara de Inés Auquer, el dominio sobre
su cuerpo y su estética era total. Le pidió a alguien que sostuviera un
espejo bien cerca de la lente así podía hacerse una idea de lo que la
fotógrafa estaba viendo. Se doblaba como una pitonisa en una calza
amarilla y sus curvas brillaban como su boca. Una semana después, y por
videollamada desde Miami –aunque ella no prendió la cámara porque estaba
recién levantada después de una noche de fiesta en lo de Christina
Aguilera–, se explica: “Es que soy capricornio”. No da excusas, se
reconoce como una hinchapelotas del control. “Forma parte de mi
creación, ¿quién mejor que yo sabe lo que yo quiero dar? ¿y quién mejor
que yo sabe cómo quiero darlo? La que mejor lo conoce soy yo, entonces
no quiero que se quede a medias, quiero que sea hasta el final, sacar el
mejor partido de la situación, y eso solo va a ocurrir si yo estoy
liderando”.
Se pliega y se retuerce,
mantiene la pose, los músculos apretados, se mira al espejo, mira a la
cámara, Inés dispara. “Nathy sabe exactamente lo que quiere, pero
también confía, y cuando confía se abre a la propuesta. Sabe lo que no
quiere, lo que no va, al toque”, dice Diego Fraile, su peinador, su
amigo, a quien busca en la sesión de fotos para preguntarle qué piensa,
para cuchichear, para reírse. Frente a la cámara se convierte en una
mujer-animal sensual, hipnotizante, una gacela o una serpiente, que
genera miedo y atracción en partes iguales. Todos la miran y ella se
concentra, busca sus curvas, saca sus piernas, la boca a la cámara.
“Claro,
yo tengo una percepción de mi cuerpo que quizás no es la misma con la
que me ven los demás”, dice por Zoom, y suena como una chica cualquiera
con sus complejos de piernas demasiado grandes para los estándares de
delgadez. “Cuando crecí, y gracias a toda esa búsqueda interna que hago,
me di cuenta de que era algo super sexy, pero porque una tiene que
girar la tortilla a su favor mami, o sea si hay algo que nos incomoda
tenemos que darnos cuenta de que la única manera de vencer a eso es
enfrentarse como si eso fuera nuestro amigo. Entonces, ¡mirá esta pierna
mamá!”, grita en el primer momento de relajación de la entrevista. Del
cuerpo y el empoderamiento sí le gusta hablar.
En
esta especie de personaje más urbano que interpreta ahora, hay algo que
Nathy Peluso no deja de lado. Un carácter excesivo, popular y gozoso.
Como si fuera una neo Coca Sarli que los domingos te prepara unos fideos
a la bolognesa, se ríe a carcajadas que retumban por el PH porteño, se
repliega en una sonrisita picarona, te baila en bombacha sobre el parqué
y te deja lista para la siesta. “Es que es eso, la cremosidad del
queso”, dice y afirma la analogía. “Puede parecer algo de mal gusto
hablar de eso, o de sexo explícitamente, hablar del placer, de cosas que
está mal visto hablar, pero yo creo que pasadas por la elegancia, por
el descaro también… ¡alguien tiene que decir esto, porque si no vivimos
muy preocupados! Ya te digo, no lo hago conscientemente, es mi manera de
ser, es como vivo la vida”.
Su
comportamiento es como el de una amiga: quiere desabrocharse el primer
botón del pantalón después de comer, hablar con sinceridad del sexo y el
amor, comer un chocolate, dejar de fingir públicamente que la vida
íntima de las mujeres es pura contención, “eso sí que no es real, es
como tener un corset de imposiciones que no te dejan disfrutar”.
Y
eso lo sufre. Que sus dientes son chuecos, que su nariz no es pequeña,
que vaya a un cirujano, que su culo es muy grande, que no diga eso, que
no haga aquello. Desde un tiempo a esta parte forzó una característica
más, un ojo más claro que el otro. “Me pasa cuando me da el disgusto”,
dice y deja que la fantasía corra.
“La
realidad de la milanesa es que no les gusta que las mujeres tengamos
una voz propia y seamos vanguardistas y propongamos puntos de fuga
sociales y tengamos una voz con carácter que dice cosas serias y que les
mueve el piso, porque eso se supone que lo hacen lo hombres, y si lo
hace una mujer provoca desconfianza… ¡No! ¡Hay que callarla! ¡No! ¡Que
no hable!”, y rápidamente se calla. Le da mucha bronca hablar sobre eso,
sobre las imposiciones que siente desde las redes sociales y desde el
mercado. Respira, cuenta hasta diez, y dice: “¿Sabés qué pasa? Yo
tampoco lo hago como un deber, simplemente es mi insistencia, lo hago
porque no sé hacer otra cosa, entonces me la banco. Me la banco porque
esto es mi pasión, entonces no hay nada que me vaya a frenar, nada,
absolutamente nada, solo que me lleven en contra de mi voluntad”.
Esa decisión no es solo estética, Nathy tiene completo dominio sobre su universo creativo-musical. En Internet, por ejemplo, se puede ver a Bizarrap
charlar con el streamer Coscu sobre la creación de la Session #36. El
productor más importante del trap local le muestra el mensaje de audio
que recibió de ella como respuesta al beat que le había mandado días
antes. Nathy, en un minuto, improvisó una melodía que es exacta a la que
quedó. Se los ve a los dos flashear con lo preciso y rápido de su
creación, una construcción que puede demorar mucho tiempo, ella lo hizo
en un mensaje de voz por WhatsApp. Consultado por esto, Bizarrap dice
que entre los dos hicieron “una combinación épica”. La canción se
convirtió en el segundo gran hit de la carrera de ambos, con frases
repetidas como figuritas por toda Internet, como: “Qué buena vista tenés
cuando me ponés a cuatro patas”, “Pa’ decir la verdad no necesito estar
borracha/ Tu honestidad barata no me baja la bombacha” o “Que te guste
es normal/ Me buscaste, lo vi en tu historial”.
Para Bizarrap, que el ritmo haya sido un
boombap y que no tenga el clásico hi-hat del trap fue clave desde lo
musical para que resalte, que suene como un hip-hop de los 2000. “El
comentario con más likes de la canción dice ‘me sentí una mujer
empoderada y soy hombre’, yo creo que todas las mujeres que escucharon
ese tema se sintieron identificadas y es un tema para dedicar y bailar a
la vez”, dice el productor. El dato más interesante es que ese segundo
estribillo que está al final, donde dice “I’m a nasty girl, fantastic”,
no estaba incluido en el tema. “Entró por la ventana y terminó siendo lo
que hizo que la canción sea un hit mundial, lo que la gente más canta y
repite”.
El hit fue tan grande que
propulsó a Nathy en los charts globales y despertó el interés por su
disco recién salido, Calambre. El primer larga duración que grabó con
Sony Music y la convirtió en una de sus grandes apuestas
internacionales. Grabado entre Miami, Los Ángeles, Buenos Aires, Madrid y
Barcelona, entre géneros como el hip-hop, la salsa, el jazz y la
cumbia, el disco tiene un poquito para cada público, un salpicadito de
todo lo que puede hacer ella con su voz y con su flow. Compuestas todas
por ella, contó con la producción del trece veces ganador de Grammy,
Rafa Arcaute, productor también de Lali, Illya Kuryaki & The
Valderramas, Calle 13, Aterciopelados, Diego Torres, Babasónicos, Andrés
Calamaro y Luis Alberto Spinetta. La proyección al mercado anglosajón
parece impostergable, sobre todo cuando los charts son cada vez más
poblados de artistas latinos y porque ella ya llamó la atención de
músicos como Nicky Jam, quien dijo públicamente que quería trabajar con
Nathy, o Cardi B, que se considera fan y sube videos cantando sus
canciones. “Me gustaría, tipo, hacerme muy conocida en Estados Unidos”,
dice con su acento y modismos porteños. Los featurings parecen el paso
inevitable y esa foto en su Instagram con J Balvin se lee como una
promesa. Ante la pregunta, insistente, no quiere contar nada de sus
próximos pasos, porque no quiere develar la sorpresa, no confía o por
cábala para que salga.
Nathy arma cada
canción como una pieza de ajedrez de su carrera musical: quiere hacer
una de cada estilo, fundar su marca, que la gente la reconozca en cada
una de sus propuestas para después poder hacer colaboraciones y
divertirse más, cuando su público ya conozca su personalidad. Después de
componer la melodía, se las lleva a sus “manos derechas musicales”,
como llama a sus productores, para que le den forma. Quisiera saber
tocar todos los instrumentos, pero se da maña con la guitarra y el
piano, aunque su instrumento es la voz. Se graba notas en el celular
cantando las melodías y trabaja mucho sobre la improvisación, después
les dedica días a las letras, a ajustar las métricas.
Cuando
la canción va hacia algún ritmo en particular, es ahí cuando arma “el
altar musical” para cada una de ellas, como dice. Eso quiere decir que
busca pequeños lujos para sus canciones, que llama a representantes de
cada género, a los mejores músicos de sus culturas para que la ayuden en
el armado del tema. “Puro veneno”, la salsa del disco, está grabada en
Puerto Rico y arreglada por el legendario Ramón Sánchez. “Buenos Aires”,
por una selección de músicos que acompañaron a Spinetta como Javier
Malosetti, Guillermo Arrom y Sergio Verdinelli. “Lo hago con mucho
respeto, para mí la música es el bien más preciado entonces la quiero
cuidar, también la quiero acercar, entonces es la balanza de crear y
también rodearse de gente de la que aprender de eso”.
En
la presentación de los Premios Goya 2021, Nathy cantó “La violetera” de
Sara Montiel junto a la Orquesta Sinfónica de Málaga, un cuplé muy
famoso español que la estrella de cine eternizó en 1958. Nathy, envuelta
en un vestido de raso con apliques de gardenias, hizo una reversión de
esta balada que dejó atónito al público español. Su versatilidad es su
marca. Se inspira, reversiona, toma de otras artistas los elementos que
necesita para hacer su performance.
No
hay que navegar demasiado Internet para llegar a las acusaciones de
plagio. Hurricane G, una rapera boricua de los noventa, es el caso más
notorio. Su canción “El barrio” suena muy cercano a “La Sandunguera”. No
tanto por la canción en sí, sino por la inflexión en su voz, el fraseo y
las acentuaciones que Nathy usó en ese segundo personaje que dio a
conocer. El personaje y la identidad sonora son tan cercanos que se
confunden. En la edición española de la revista Vanity Fair, en 2018,
ella dijo: “Lo cierto es que cuando empecé a rapear hace dos años Dano,
otro artista argentino que es como mi hermano, me dijo qué le recordaba
y me puso una canción suya. (...), dio la casualidad de que nuestros
timbres coincidían. Reconozco que el salero también es parecido, pero si
fuera una inspiración no tendría ningún problema en admitirlo. Soy
consciente del talento que tengo y no me hace falta copiar a nadie.
Puedo reinventarme continuamente sin tener que imitar a otros”.
En
2021, desde Miami, al consultarle sobre esto, cambia el tono de voz. La
incomodidad reaparece, y me dice: “¿En serio me hacés esta pregunta?”, y
le habla a alguien más que está en la habitación y no puedo ver porque
tiene la cámara apagada. “Me están preguntando por lo del plagio de
Hurricane G, no era para nada necesario esto, no me gusta nada”, le dice
a quien la acompaña. Se enoja, y me hace dudar. ¿Está mal que le
pregunte sobre esto? ¿Les pregunto a los raperos o traperos argentinos
si lo copian a Tupac o a cualquier otro referente del hip-hop de Estados
Unidos de las décadas anteriores? ¿En las redes los acusan de plagio
como lo hacen con ella? Hay un componente machista, seguro, y tal vez
porque ella sea mujer y se diga feminista la presión sea mayor. Lo que
es cierto es que al escuchar esa canción de la rapera boricua es
imposible no escucharla a Nathy Peluso y, si ella lo sabe, ¿no es
invisibilizar a otra música? Es la primera vez en las entrevistas que
compartimos que la escucho hablar sin el tono casete de haber pensado
todas las respuestas previamente. “Lo único que tengo para decirte de
eso es que yo les tengo mucho respeto a todas mis compañeras y nunca le
faltaría el respeto a ninguna, y para nada es real todo lo que la gente
dice de mí, no me conocen”.
Le digo
que está bien, que es algo que le tengo que preguntar y que ella puede
elegir no responder o cómo contestarlo. La noto molesta, aunque baja el
tono. Me dice que le apena, que le baja el nivel a la entrevista que
había sido tan buena. Que es la tapa de Rolling Stone. Antes de cortar
le pregunto si quiere decir algo más. Me dice que no, que hablamos de
todo.
Siempre al borde, Nathy recibe
críticas de manera constante por esto y por los personajes que crea,
interpretando culturas que no le son propias. Si bien demostró con su
versatilidad –y, sobre todo, en la pasión de su escenario– que es una
artista de un amplio rango, su estilo parece ser siempre leído como una
provocación. La figura de Nathy Peluso es pura contradicción e
incomodidad, es una piba donde el impulso y lo espontáneo pareciera que
la rigen, y al mismo tiempo tiene todo pensado y bajo control. Es una
estrella sudamericana criada en Europa, de 26 años, a punto de pegarla
en el mercado mundial. Todo puede pasar. El artificio del pop y el
espectáculo están en juego, ¿por qué tiene que ser real una fantasía?
La nominada a los Grammy Latinos fue señalada por algo más que inspiración en la rapera. En el video de Colors, la argentina que reside en España recurrió al "blackfish" (oscurecimiento de la piel) y recibió críticas en las redes.
La argentina Nathy Peluso (25), que tiene toda una carrera hecha en España y acaba de presentar su nuevo disco, Calambre,
se convirtió en tendencia en las redes sociales tras una serie de
críticas que señalaban que "La sandunguera" había plagiado a la artista
negra Hurricane G.
Eso no fue todo: la artista nominada a dos Grammy Latinos
(Mejor Nueva Artista y Mejor Canción Alternativa) fue acusada de
apropiación cultural. Es que en el video de Colors, Peluso recurre al "blackfish", un término que se emplea para describir a alguien que finge ser negro o mestizo en las redes sociales.
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